Revuelta social

01/05/2013

Josep M. Orta.

El Gobierno haría bien en milimetrar los “nuevos sacrificios” que piensan exigir a la sociedad. Cada vez son más los que viven en una situación desesperada y la están empujando a emprender medidas radicales. Es cierto que hasta el momento el Ejecutivo cuenta con la inestimable ayuda de sindicatos y partidos de la oposición que canalizan las protestas para que la olla a presión que hoy es España no estalle, pero todo tiene un límite.

En la medida que el Gobierno va imponiendo medidas que conducen a más colectivos a la miseria para solucionar los problemas de un grupúsculo de privilegiados y otro grupo de “aprovechados” con su escandalosos fraudes cada vez son más los sectores agraviados que aguantan estoicamente la situación. Unos la resuelven emigrando y otros toman medidas más drásticas: se suicidan, bien solos o acompañados de sus familiares.

Las protestas pueden ser una válvula de escape: se convoca una manifestación, gritan, protestan y se disuelven sin que nadie les escuche. Hasta el momento estos actos son pacíficos y civilizados aunque los dirigentes políticos –lejos de ser sensibles a estos problemas- lo combaten descalificando todo lo que se mueve (les llaman filo etarras, antisistema…) o con el miedo.

Las autoridades hicieron caso omiso de las reivindicaciones de los indignados del 15-M. Muchos dijeron entender sus razones y prometieron medidas, pero las palabras se las lleva el viento.

Hoy se multiplican las protestas sectoriales, en sanidad, educación, los universitarios, los desahuciados, los parados… De momento los desesperados se quejan de una manera tan civilizada como inútil  (como dice Rajoy, vamos por el buen camino y no pienso cambiar de políticas).

Mientras siguen haciendo la gara-gara a la Merkel y los herederos de Leemans Brothers quizás sería una medida de prudencia gubernamental (a parte de sentido común) escuchar la calle aunque sólo sea para evitar males mayores por qué la paciencia de la gente tiene un límite.

Cada día son más los desesperados que tienen poco a perder, salvo la vida (y en su situación puede valer bien poco) por lo que cada nueva medida restrictiva que adopta el ejecutivo puede convertirse en una invitación para que una parte de la sociedad deje de manifestarse pacíficamente y adopte actitudes más contundentes (y estas cosas se sabe como empiezan pero no como acaban). Sobretodo cuando una mayoría cada vez más amplia ha dejado de creer que en este país tiene un futuro.

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