Un padre, una hija y un recién nacido. Este es el motivo que me lleva a pasar una tarde con Fernando y con Ayanta. Sobre él se ha dicho y escrito casi todo. Y eso es bueno: las personas con trayectorias vitales excepcionales generan amores y odios, pero nunca indiferencia. Yo estoy en desacuerdo con muchas de sus declaraciones, pero el debate sincero entre los que piensan diferente, enriquece. Y conversar con un hombre como Dragó es una delicia.
Él y sus cuatro gatos me abren las puertas de su casa de par en par, con la única condición de descalzarme, recién cruzado el umbral. Rompe el hielo bromeando acerca de que la entrevista se llevará a cabo por alguien que podría ser su nieta -algo que me halaga, pero me obliga a corregirle sobre mi edad- y se excusa por no ofrecerme nada de beber hasta que llegue su hija “porque soy un auténtico desastre con las cosas de las casa”.
Decido comenzar la entrevista con Ayanta por un motivo de peso: hay que ser muy valiente para hacer tu debut literario como coautora con Dragó, dirigiendo una carta a corazón abierto a tu propio padre ante los ojos del mundo -y de la crítica-. Hablo de Pacto de sangre (editorial Temas de Hoy), una carta de un padre a un hijo y de una hija a un padre motivada por el nacimiento de Akela, el cuarto vástago del escritor. Precisamente la conversación se desarrolla en el salón en el que el niño vino al mundo. La idea inicial era hacer algunas preguntas a Ayanta, otras a ambos conjuntamente, y por último, solo a Fernando. Pero él participa en todas las respuestas. Yo, por supuesto, decido no cambiar su guion.
¿A qué te costó más enfrentarte, al padre o al escritor?
AB. No establezco diferencia alguna entre el padre y el escritor. Para mí ambos son mi padre. Pero tenía miedo a todo: al padre, al escritor, a que no entendiese el texto que no deja de ser una carta de amor escrita desde la sinceridad y esto me lo ha enseñado él porque es honesto con todo lo que escribe. Aunque he intentado contar toda la verdad sin que él en ningún momento se sienta ofendido, pero sí orgulloso como padre y como escritor. También escribir con tanta sinceridad implica dificultades para los que te leen, para toda la familia, no solo para mi padre: mis hijos, mi pareja o mi entorno, que se puede sentir violento por el hecho de contar la verdad de las cosas. Pero eso es la literatura, contar la verdad de las cosas. Ha sido una experiencia muy intensa para mí. Aunque creo que con otro padre no se habría podido plantear una situación así. Y he de confesar que el momento que transcurrió entre que el envío del manuscrito y su respuesta ha sido uno de los momentos de mayor ansiedad de mi vida. Si a él no le hubiese gustado creo que no habría vuelto a escribir jamás. Pero era algo que teníamos que hacer mi padre y yo, compartir un libro: por el tipo de relación que mantenemos por cuestiones familiares, sentimentales, literarias… Aunque es un juego que nos podía haber explotado en las manos.
FSD. Creo que ella ha tenido más miedo al escritor que al padre porque sabe que el padre no se enfada nunca. Y yo confieso que tardé varios días en responder porque estaba acojonado. No me atrevía a leer el texto.
Ayanta, ¿pediste consejo a tu padre o seguiste únicamente tu criterio?
AB. No pedí consejo en nada. Los textos fueron escritos de manera independiente. La literatura es un ejercicio de libertad. No nos pusimos de acuerdo en ningún momento.
FSD. Una vez leído el texto solo pedí a Ayanta que cambiase una palabra. Yo soy muy exagerado en todo, mis hijos me lo dicen y soy consciente: en la forma de expresarme, de manifestarme, de vivir… Ella escribió “monstruosamente exagerado” y yo sugerí “hiperbólicamente exagerado”. Ese fue el único cambio.
Ayanta, a corazón abierto ¿te has dejado algo en el tintero?
AB. Posiblemente sí me haya dejado algo. Pero se trata de un texto esencial, no quería un recorrido biográfico extenso, sino solo centrado en personas de la familia muy cercanas: mi padre, mi madre, mis hijos y eliminar en la mayoría de lo posible al resto. Pienso que de lo contrario se hubiese perdido el sentido de lo que debe ser una carta a un padre.
FSD. Pacto de sangre supone un doble parto: el parto de mi hijo Akela y el de Ayanta como escritora. Siempre creí que Ayanta era escritora. Aunque quizá ese empeño mío en que lo fuese ha retrasado su bautismo literario, por esa rebeldía de los hijos de ir contra los deseos del padre. Yo he dado el empujón definitivo; era ahora o nunca. La he parido como escritora.
¿Temes las comparativas, la crítica, decepcionar a quienes esperan una pluma de Dragó y no de Ayanta Barilli?
AB. Es una cuestión que tengo superada desde hace veinte años. O treinta. Nunca me he sentido aplastada por la figura paterna. Siempre me he sentido libre. No he tenido ningún trauma al respecto.
FSD. Quizá el que tenía temor a esto era yo. También a que mi texto, que es más largo, se comiese al suyo, a que la gente considerase el texto de Ayanta como apéndice y el mío protagonista. Y me da mucha rabia que me llamen periodistas para entrevistarme solo a mí porque ella es tan coautora de este libro como yo. Los periodistas se equivocan, la protagonista en este caso es ella: su texto es extraordinario.
Como madre, ¿qué opinas del parto natural? ¿Cómo se vive traer al mundo a un hermano?
AB. Es un privilegio. Ser la hija de mi padre y pertenecer a esta familia es un privilegio. Tener una familia tan extraña como la mía en la que mi hermano es tío de mi hijo que tiene 21 años, yo soy mayor que la mujer de mi padre… Estamos acostumbrados a planteamientos originales y tiendes a normalizar lo que desde fuera se ve como extravagante. Lo cierto es que cuando me enteré que iba a tener un hermano tampoco me extrañé demasiado. Lo del parto en casa me pareció estupendo, entre otras cosas, porque yo he dado así a luz a mi segunda hija. Al que le extrañó más fue a mi padre. A partir de ahí el hecho de ver nacer, de participar en el parto de mi hermano, de compartirlo con mi padre, con Naoko -que es un elemento fundamental en esta familia, una mujer a la que todos adoramos-, es un momento de una emoción indescriptible. Tanto, que es lo que nos lleva a escribir Pacto de sangre.
FSD. Lo mejor que he hecho en mi vida, es que a través de mí, ejerciendo yo de pivote, se ha creado alrededor mío una familia extraordinaria. Tengo una familia perfecta.
¿La sangre es lo único por lo que merece la pena pactar? ¿Por qué este título?
FSD. Ayanta y yo coincidimos en que escribir este libro sea posiblemente lo más incestuoso que hayamos hecho nunca. El título es una metáfora. Yo había propuesto otro título, pero en la editorial lo rechazaron. Creo mucho en los vínculos de la sangre y el paso del tiempo me he convencido que los únicos lazos que permanecen son los de la sangre.
AB. Los lazos de sangre son los eternos, aunque también es cierto que hay personas que no son de tu misma sangre que forman parte de la familia, a los que sientes como hermanos. Y es muy hermoso cuando reconoces a una persona que sin tener ese vínculo de sangre sientes que puede formar parte de tu clan. Es el caso de Naoko, por ejemplo. Cosa que no ha ocurrido con otras mujeres de mi padre.
FSD. Se trata de una consanguinidad de espíritu. Los lazos de la sangre son la familia. Y en la familia lo aprendemos todo. Lo malo y lo bueno.
Fernando creció sin padre y Ayanta casi sin madre. ¿Cómo os ha influenciado en el carácter y en la relación con los hijos?
FSD. Dediqué un tochazo gordísimo, Muertes paralelas, que ganó el Fernando Lara, a mi padre y creo que gracias a esa novela y al esfuerzo que hice, he llegado a conocer mejor a mi padre que a mi madre. Tengo una relación tan intensa o más con mi padre que si le hubiese conocido. Es posible que su personalidad me hubiese aplastado porque él era el periodista más brillante de su generación. A los veintisiete años dirigía tres agencias de prensa. Yo hubiese sido el primogénito de un excelente periodista que estaba llamado a construir un imperio periodístico, un Pedro J. o un Ansón de su época. El hecho de que mi padre muriese, significó que nunca me sentí aplastado por él: yo no tuve que matar al padre, no tuve que oponerme a él. Yo fui mi padre. Dormí con mi madre hasta que contrajo segundas nupcias. Aquello me aportó una seguridad extraordinaria en aquellos años cruciales. Yo soy el padre de mi padre. El tenía veintisiete años cuando murió, yo ahora tengo setenta y seis. El adulto en esta relación soy yo. Cuando marchó un 18 de julio hacia Melilla, hacia su muerte, permitió que yo sea yo. He nacido dos veces: mi madre me alumbró físicamente, pero mi padre me permitió ser el que soy.
AB. Ocurre algo curioso, en la familia todos somos lo mismo; hay una línea, un canon, conductas, que se van repitiendo de generación en generación. Incluso eso reafirma el papel de los que ya no están, de los que marcharon jóvenes, como su padre o mi madre.
¿Qué habéis aprendido mutuamente de vuestros respectivos textos de Pacto de sangre?
FSD. Del texto de Ayanta he aprendido tres lecciones: primera, que no nos damos cuenta los adultos de la fuerza de nuestro puño: hacemos cosas que para nosotros no significan nada, pero que para la delicada sensibilidad de un niño pueden convertirse es un trauma. Lo más estremecedor del libro es leer como Ayanta cuenta la doble vida que llevaba: en España todo eran mieles, pero en Italia era testigo de cómo la pareja de su madre, un maltratador violento y alcohólico, hacía cosas espantosas. Algo de lo que me enteré cuando ella tenía treinta años. Por tanto, segunda lección: hay que tener las antenas siempre despiertas para saber percibir lo que nuestros hijos nos están ocultando; en todos los ámbitos: desde el primer polvo que echan, hasta la primera borrachera que se pegan o el primer porro que fuman. Tercera lección: tenemos que hacer un esfuerzo para estar más presentes en la vida de los hijos, sobre todo los padres.
AB. La lección no me la dio el libro en sí, sino el último proceso de paternidad de mi padre. La capacidad de cambiar de rumbo, una gran enseñanza y virtud, algo que todos deberíamos poner en práctica. La generosidad hacia uno mismo de dejarte llevar y acogerte a lo que la vida te está ofreciendo. En este caso, el regalo increíble de vivir una paternidad a los setenta y cinco de una manera completamente diferente en un momento en que él no deseaba un hijo, se trataba del deseo de su esposa. Mi padre no quería vivir el proceso del embarazo ni del parto de una manera novedosa y tenía la seguridad de que el niño no iba a traer nada bueno. Pero él sabe variar de rumbo porque no se avergüenza de decir justo lo contrario que tres meses antes: ahora el Akela es un regalo, es un ejercicio de libertad, de fortaleza y de valentía. También es señal de libertad de espíritu.
Sois un modelo de familia atípica unida y feliz. ¿Cómo valoráis los nuevos modelos de familia o la adopción de niños por parte de homosexuales?
AB. Yo no puedo opinar de nada. En el momento en que hay amor, deseo, un proyecto de vida en común, me da igual que sean homosexuales, que vivan en una comuna, basta que estén contentos y felices. No haré juicio de valor. Es obvio que el modelo de familia está cambiando y esto trae cosas buenas y malas. No creo en un único modelo de familia.
FSD. Yo soy más conservador y tradicional que ella. El modelo más juicioso de familia es el modelo de familia tradicional. Yo me he criado en una casa rodeado por padres, hermanos, abuelos, tíos, primos, unos rojos, otros azules… Mi infancia transcurrió a diario entre las dos Españas. Un modelo de familia tan rico en el que se mezclan todos, en el que todos coincidíamos, compartíamos… La familia tradicional se ha recortado, es más pobre, hay menos hijos, casi no hay primos. Ni siquiera los vecinos se conocen los unos a los otros, en aquella época los vecinos eran casi miembros de la familia.
No estoy a favor de la adopción de niños por parte de homosexuales: el niño necesita una figura materna y una figura paterna. Yo siempre he defendido todos los derechos de los homosexuales habidos y por haber, pero en la adopción de hijos por parte de homosexuales no estoy de acuerdo. Incluso soy reticente a la adopción de niños en sí misma. Los niños adoptados siempre terminan teniendo problemas. El karma de esos niños, sus raíces, la voz de su tierra está en China, en África, en Nepal, pero no está aquí. Hay gente guapa, hay gente fea, hay gente lista, hay gente tonta… Si la vida no te ha permitido tener hijos hay que aceptar lo que la vida te trae. Existen otras formas de expresarse. ¿Si yo hubiese nacido cojo tendría que correr los cien metros lisos? Ahora que está tan de moda la indignación, mi filosofía es la contraria: la resignación.
¿Por qué los lectores deben leer Pacto de sangre?
FSD. La lectura no es un deber, es una libre elección. Además, para mí la literatura termina cuando termina mi libro. Yo ni publico ni vendo. El editor que publique y el librero que venda. Soy escritor y por lo tanto solo escribo. ¿Cuántos lectores tenían Homero, Ovidio, que son infinitamente mejores a los escritores actuales? No tenían. Yo jamás escribo para los lectores ni pienso en los lectores. Desconozco las tiradas de mis libros, no sé cuánto vendo. Yo escribo como un fin en sí mismo. Dicho esto, Pacto de sangre es un libro divertido, emocionante, hecho con buenos sentimientos -muy importante en estos días donde se confunde el arte con los malos sentimientos, con el feísmo-, es un texto alegre, que a veces también sacará unas lagrimitas. Es un libro que enseña a ser hijo y a ser padre. Es difícil aprender a ser padre, pero también a ser hijo y asumir que los padres tienen vida propia, que no todo gira en torno a los hijos.
AB. El lector, cualquier persona, se puede llegar a sentir identificado por las situaciones, por los sentimientos, por el análisis psicológico que lleva implícito. A mí como lectora me gustan los libros en los que puedo llegar a entender lo que quiere expresar el autor. Y una gran virtud de Pacto de sangre es que se trata de una historia de verdad. No es ficción. Eso es un valor añadido.
Leer Segunda II parte de la entrevista
Twitter: @CarmelaDf
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