La envidia, también en la ciencia

05/01/2011

José María Fernández-Rúa.

En el vasto campo de la ciencia, como en otros muchos de la vida, se producen reconocimientos merecidos pero también mezquindades por una de las peores condiciones inherentes a las personas: la envidia. El profesor Campanario, de la Universidad de Alcalá de Henares, lleva ya varios años denunciando situaciones anómalas con investigadores que, más tarde, consiguieron el premio Nobel. Entre ellos, el profesor Severo Ochoa, que sufrió la resistencia de los llamados “evaluadores independientes” de revistas científicas de impacto. Pero no solo Ochoa, sino también Hans Krebs, Kary Mullis y Rosalind Yallow, han sido algunos de los científicos que vieron como estas publicaciones rechazaban sus trabajos por “irrelevantes”. Tiempo después, todos ellos fueron galardonados con el premio Nobel.

Así, Hans Krebs descubrió el llamado ciclo de Krebs, un mecanismo biológico que los alumnos de bioquímica tienen que estudiar. Pues bien, la prestigiosa revista “Nature” rechazo la publicación de uno de los trabajos iniciales sobre este tema, por el que Krebs recibiría posteriormente el premio Nobel. Recordaba el afamado científico que el artículo se lo devolvieron con una carta-tipo subrayando que no aportaba conocimiento científico alguno. Esta misma publicación y el órgano de la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia, “Science”, también declinaron publicar los trabajos iniciales de Kary Mullis sobre la reacción en cadena de la polimerasa (PCR), que le valió el Nobel de Química.

Y, como no hay dos sin tres (la lista sería interminable), los trabajos de Rosalind Yalow, premiados también con el Nobel, fueron rechazados por la revista científica “Journal of Clinical Investigation”. La profesora Yallow, cuando recibió el premio Nobel, tuvo el arrojo de citar con nombre y apellidos al responsable de tan desafortunada decisión, y mostró públicamente la carta que recibió en su día de la revista, que había guardado cuidadosamente para una ocasión propicia.

En este contexto, también se producen rechazos a galardones por el simple hecho de la envidia y el desconocimiento. Un ejemplo más que notorio es el del profesor Jose María Ordovás, director del Laboratorio de Genómica y Nutrición de la Universidad de Tufts, en Estados Unidos. Ordovás, aragonés de nacimiento, está considerado mundialmente como el padre de la nutrigenómica, y ha sido rechazado en dos ocasiones al premio Príncipe de Asturias de Investigación Científica y una vez a los prestigiosos premios Rey Jaime I. En este punto quiero hacer una aclaración. Para presentarse a estos últimos galardones, en los que el Jurado está compuesto por varios premios Nobel, es necesario que el investigador desarrolle su labor en España. Por un desafortunado desconocimiento, no se tuvo en cuenta que el profesor Ordovás, además de trabajar desde hace muchos años en Estados Unidos, es el investigador principal del Centro Nacional de Investigaciones Cardiovasculares del Instituto Carlos III, que lidera Valentín Fuster.

Alguien se puede preguntar, ¿y que hace Jose María Ordovás para ser un científico de prestigio? Miles de estudios en los que ha participado avalarían la contestación a esta pregunta, pero quizás el más llamativo fue el que protagonizó el pasado verano, en “Nature”, al identificar junto con otros grupos de investigadores, 95 regiones del genoma humano con variantes genéticas relacionadas con los niveles en sangre de colesterol y los triglicérido. Del total de las variantes identificadas, 59 variantes han sido asociadas por primera vez con estos factores de riesgo cardíacos. La ingente labor llevada a cabo fue posible al combinar los resultados de 46 estudios científicos que contenían datos de más de cien mil personas.

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