Las ventanas de invierno de Francisco Onieva

29/06/2013

Joaquín Pérez Azaústre.

Las ventanas de invierno a las que se ha asomado la poesía de Francisco Onieva van mucho más allá de su afluencia semántica y tonal más o menos predecible. El título, como alguno de los poemas, podría remitirnos a cierta tradición española de intención rural, con abundancia en el detalle vegetal y animal, en esa recuperación del latido interior de la vida pasada, con nostalgia o sin ella, pero apelando a un sistema de convivencia en el que la relación del hombre con la tierra y con las estaciones, con el cielo y las aguas, con la siembra y la recolección, con el nomadismo o con la cualidad hogareña de un sedentarismo, que pudo ser un tránsito hacia los primeros núcleos urbanos en sierras y comarcas, como punto de partida para la verdadera emoción íntima.

Francisco Onieva, sin embargo, parte de ese territorio poético para avanzar hacia su propia biografía, convertida en motor de una revelación: la fugacidad de los instantes más hermosos de la vida y el dolor por su pérdida, mientras convivimos, al tiempo, con la celebración de haber vivido. Ese hermoso libro de poemas, que fue Premio de Poesía Cáceres, Patrimonio de la Humanidad, ha sido bellamente editado por La Oficina, con unos bellos dibujos, extrañamente oníricos, de manuscritos apenas descubiertos, muchos años después, en la casa desierta, de Jacobo Pérez-Enciso. Nos encontramos ante un discurso de algunas certidumbres, expuestas con una gran delicadeza, que tienen mucho de descubrimiento de una madurez vital, más allá del paisaje que frecuenta.

Ya en el primer poema, Un hombre mira la lluvia, leemos que “La lluvia es del tamaño / del hombre / que refugia su silencio / en ella”: pulcritud expresiva, matizada la certeza de su afirmación. Solamente estos breves cuatro versos, magníficos y elegantes, delineados con ese preciosismo sobrio de la pincelada metafísica, justificarían el libro; pero nos encontramos, además, con poemas como El invierno pasado, Bajo sus pies y, sobre todo, el gran De desgastadas hojas. Estamos ante un poema con un inicio –“El tiempo desenreda / con los dedos de nieve / la madeja de tus recuerdos / y tú no aceptas el olvido”- que podría remitir al maravilloso No son copos de nieve, de Pablo Guerrero, pero lo cierto es que la intención, relativa al olvido en la vejez, es una mirada singularmente precisa, y personal, de Francisco Onieva. Así, continúa: “Te miras. / Ocupada. Trasteas en las palabras rotas. / Trasteas en tu imagen”. Pegado al cuerpo, De ventanas adentro, Instantánea o Amanece son también grandísimos poemas, en los que el hallazgo de la naturaleza da paso a un proceso de renacimiento personal y familiar.

Si buscara referentes que pudieran ser leídos de manera más o menos paralela a Las ventanas de inverno, me vienen a la cabeza, principalmente, dos autores: Alejandro López Andrada, como punto de partida en el territorio natural agreste –más memorialista en López Andrada, más metafórico en el de Onieva- y también Álvaro García, por su capacidad de contención y síntesis de la emoción despierta, pero bien ajustada a su sonoridad. Estamos ante un poeta que es también autor de libros de relatos –Los que miran el frío, de 2011- y que, habiendo llegado ya a su madurez poética, sigue en el camino de su propia sorpresa; porque, a pesar de los rasgos que pueden rastrearse en sus poemas, su poesía está cada vez más despojada de influencias ajenas y se levanta y late con voz propia. En estos tiempos perversos, de extrañas vacaciones, con fríos repentinos, en Las ventanas de invierno podremos asomarnos a una hermosa tarde de verano.

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