La mujer que quería volar

07/07/2013

Susana Ramírez.

Cuando llegué al lugar su cuerpo ya estaba tendido sobre la acera. Sus brazos yacían estirados a un lado y a otro y sus piernas bien colocadas, levemente dobladas sobre su vientre. Parecía un feto dentro del vientre de la madre vida. Tenía los ojos cerrados. La estaba fotografiando, pero no se escuchaba a nadie decirle: sonríe. El silencio se podía incluso tocar.

Cinco personas a su alrededor gesticulaban, apuntaban cosas en un papel, murmuraban. Nosotros, los curiosos mirábamos desde lejos. Yo me quedé muy quieta, con el pecho encogido mirando la escena. Me temblaban las manos. Una mujer se colocó a mi lado y me dijo que había sido todo muy triste. Yo no miré a la mujer, la escena me tenía demasiado impactada.

La gente seguía llegando. Pero nadie traía regalos. Nadie flores. Nadie esperanza de vida para esa mujer tendida en el suelo en posición fetal. El sol empezó a esconderse. Nadie tocaba una canción de despedida. Nadie sacaba pañuelos. Nadie lloraba a esa mujer menuda de ojos cerrados, callada para siempre.

Vaya caída –me decía una mujer que estaba a mi lado- quiso saltar desde el séptimo piso para volar. Y voló. Yo, casi sin quitar ojo de la escena dije que volar era imposible. Esa mujer debería de estar al borde de la tristeza o el desahucio. Y la mujer siguió relatándome: Al saltar –dijo- esa mujer sintió que la vida se acababa para comenzar de nuevo, que ahora era más feliz que antes, porque había volado. Había sido libre. Había decidido el modo de su hora final.

No miré a la mujer hasta que sus ultimas palabras me hicieron pensar. La miré, era semitransparente, su cuerpo chispeaba. Era su mirada como la de un vaso lleno de agua, brillante y fresca a la vez. Parpadeé dos o tres veces más. La mujer se parecía demasiado a la que yacía en el suelo. Era posiblemente todo esto producto de mi imaginación. Había dormido poco ese día.

A la mujer del suelo la taparon con una sábana. Luego la metieron en un saco de plástico y cerraron la cremallera. Cuando miré a mi derecha, la mujer de la mirada cristalina ya no estaba allí. Se había ido con el sonido de esa cremallera al cerrarse. Pregunté si habían visto a la mujer, a mi lado. Y la gente negaba con la cabeza. Ahí no había nadie, me decían. Y yo intentaba que entendiesen que sí, que había alguien a mi lado que me había contado que la mujer había saltado para volar.

Nadie me creyó, evidentemente. Y yo me fui de allí, dejé atrás la escena , recordando a la mujer que quería volar y voló. Y así, los días han ido pasando, y cada vez que piso aquella acera siento un vértigo extraño. Y me detengo, y miro mis pies y no veo su cuerpo allí tendido, sino esos ojos de mirada plena y llena de felicidad. Entonces pienso que la muerte no termina con la vida, sino que tomas otra dirección, hacía otra parte, dejas de existir para tal vez regresar al sitio que perteneces. Y así la vida, logra una vez más que nos hagamos mil preguntas.

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