La mentira como mal menor

15/07/2013

Germán Temprano.

Entre la mentira y el delirio no hay término medio cuando del caso Bárcenas se trata. Si, como asegura Floriano, al PP le importa cero este asunto o nos engaña con profesionalidad o estamos en manos de unos peligrosos inconscientes. Puestos a elegir casi mejor que se falte a la verdad -al fin y al cabo la denominación de origen de este Gobierno- que creerse que les importa una higa ver a su presidente en las portadas de medio mundo vinculado con un gravísimo caso de corrupción. Los ‘presuntos’ SMS, que no lo son ni para Moncloa puesto que si recomiendan aguante hasta que escampe no pueden ser más que de su actual inquilino, suponen más que un salto una pirueta cualitativa de primer orden. De los hechos, no de las opiniones tan libres como disparatadas, se colige que, una vez aireados los sobresueldos y la cuenta en Suiza del ex tesorero, Rajoy todavía le enviaba consejos, ánimos, abrazos, consuelos y hasta le transmitía un sospechoso ‘hacemos lo que podemos’. A buen seguro no aludía a los esfuerzos para sacar a España de la crisis. Más bien a los necesarios para sacarle a él, y por ende al partido, del atolladero.

Que un jefe del Ejecutivo mienta, se esconda y se muestre tan comprensivo con quien se lo ha llevado crudo y defraudado al fisco es cierto que no merecería ninguna explicación. En eso tienen razón. Simplemente exigiría una dimisión sin palabras porque, como el valor en la mili, las razones se supondrían. En las antípodas de esa medida de higiene democrática se instala esa troupe que, en sus bolos de fin de semana, alcanza en sus funciones cotas de ridículo y patetismo jamás conocidas del uno al otro confín. Y eso con suerte. Más deleznable resulta meter en el mismo saco los nombres de Miguel Ángel Blanco, en el aniversario de su ejecución fascista por parte de ETA, con el de Bárcenas con el fin de rentabilizar el dolor en aras del despiste. Lo hizo Pons muy orgulloso. Claro que tampoco se puede esperar más de quienes acusan a la oposición de ser cómplices del hoy delincuente, antes un bendito para los mismos, mientras argumentan que la correspondencia telefónica entre el reo y el presidente sólo evidencia que éste no se doblegó al chantaje.

Si este cruce de mensajes se antojaba una prueba tan irrefutable no de connivencia, como parece, esto sí, sino de firmeza de Rajoy lo que no se entiende es que no fuera el propio PP quien los hubiera hecho públicos. En enero el presidente no recordaba cuándo había sido la última vez que había contactado con Bárcenas. En los meses siguientes, hasta marzo en concreto, también olvidó decir que había vuelto a comunicarse con él pese a que sus cuadernos ya eran pasto de algunos medios de comunicación y de las redes sociales y los movimientos de sus cuentas desataban una indignación generalizada. Se mintió en la duración de su relación laboral, en su despido en directo o en diferido, se omitieron los contactos directos y posteriores entre el hombre del ‘todo es mentira salvo alguna cosa’ y quien tiene la sartén de las cuentas por el mango. Mentira sobre mentira y sobre mentira una. Nada que no pueda arreglar una Ley de Transparencia que lo único que deja ver es lo ilimitada que puede llegar a ser en determinados casos la desvergüenza.

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