Fumador insumiso

10/01/2011

diarioabierto.es.

Fumar es un placer. Como la insumisión. Nos hemos olvidado de la insumisión, de ese movimiento de quienes no se adaptaron a una norma absurda, a esa dualidad coactiva del servicio militar obligatorio o la prestación social sustitutoria. Ni lo uno ni lo otro sirvió nunca verdaderamente para nada –sólo para la gente que había viajado poco, que así podía ver mundo sin gastar: esa pequeña España, esa España nuestra, cruzada por el macuto, ese vino oscuro en las cantinas y también esa carta semanal a la novia, los paquetes de comida, la privación, su hastío-, excepto para el muy noble oficio de agotar cansinamente esos meses. Fue entonces cuando unos cuantos muchachos, en los años 80, se negaron a semejante pérdida de tiempo y se proclamaron insumisos.

Ahora, algunos bares de España también se declaran insumisos ante la nueva ley del tabaco. Frente a la invitación pública de Leire Pajín a que nos convirtamos en delatores de nosotros mismos, a que nos denunciemos en la barra, unos cuantos locales se levantan en contra de la ley y permiten que se fume dentro. Ésta es una ley, como algunas otras de este Gobierno, bien intencionada, pero escasamente valerosa. Ataca al consumidor, lo convierte en presa de una posible caza de brujas ciudadana, y sin embargo no se atreve a tocar a los verdaderos delincuentes: los altos directivos y los dueños de las tabacaleras, que son quienes inyectan varios miles de sustancias adictivas en los cigarrillos, que además son cancerígenas. Ahora la gente se muere por el tabaco, sí: porque fuma cuatro veces más de lo que fumaría habitualmente. Esto se dice poco o poco se recuerda, porque no conviene tocar su verdad mercantil. Que las tabacaleras pueden seguir envenenando un producto legítimo, el tabaco, que es un bien cultural en sí mismo, sin que nadie les toque ni una ceja. Pero al consumidor se le persigue.

Sé que el tabaco es malo. También sería el vino matador si le inyectaran mil setecientas sustancias cancerígenas para volverlo aún más adictivo. ¿Cuál sería entonces la medida? ¿Prohibir su consumo en los restaurantes? No, perseguir a los envenenadores y producir un vino limpio. Soy ex fumador desde hace cuatro años, aunque sin el fanatismo del converso: y por eso detesto esta persecución y tanta hipocresía, este puritanismo, por más que viva mejor sin el pitillo. Pero fue mi decisión, no la de ellos.

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