El PP limpió las huellas

04/08/2013

Luis Díez.

Cuando, pasadas las tres de la tarde del 1 de agosto, sus señorías abandonaban las fresquitas instalaciones del Senado, donde el presidente Mariano Rajoy entonó la única autocrítica que cabía esperar sobre el tesorero desleal, el golfo de Bárcenas –“Me equivoqué, lo siento”–, el cronista contrastó con algunos diputados del PP que empuñaban las asas de sus maletas rodantes y tenían las manos coloradas de tanto aplaudir que, en efecto, al señor presidente le había faltado el “no volverá a ocurrir” para completar la frase que pronunció el Rey al abandonar el hospital después de romperse la cadera en el campamento de Botswana (sur de África) donde había ido a cazar.

Como ya saben, Rajoy no se siente culpable de la “tangentópolis” de su partido y no piensa dimitir ni convocar elecciones generales. Su destino no es el ostracismo, sino el ajuste de tuercas y clavijas para sacar a España de la crisis. Y en eso, mal que pese al FMI, que insiste en que nos bajen el sueldo un 10% más –como si quedaran muchos sueldos dignos de tal nombre– y nos confisquen el resto, vía subida de impuestos –como si quedaran impuestos que subir– vamos avanzando, aunque solo sea porque ya exportamos más de lo que importamos a pesar de nuestra gran dependencia energética y porque la población activa registrada se está reduciendo a marchas forzadas.

¿Por qué se ahorró Rajoy la coletilla: “No volverá a ocurrir”? Quizá para que el Rey no le pida el copyright cuando acuda el próximo viernes, 9 de agosto, a despachar con él a Marivent? ¿Quizá porque se siente incapaz de modificar las tendencias partidarias de plomo en conductas de oro, como querrían todos, desde Rubalcaba a Cayo Lara, pasando por la preguntona Rosa Díez y en incisivo nacionalista vasco Aitor Esteban? No lo sabemos, pero es lo cierto que, como decía el Solana listo, el de Telefónica, “aquí todos manchan los calzoncillos”. Gran frase para indicar que el que no corre, vuela, y que el clientelismo dadivoso con los partidos se remonta hasta donde la memoria alcanza

Es verdad que el PSOE sufrió un varapalo extraordinario en los años noventa del siglo pasado porque el responsable de administración de la Ejecutiva, Guillermo Galeote –el compañero Guili, un ginecólogo al fin y al cabo– dejó las finanzas en manos de Carlos Navarro y de Josep María Sala, que habían montado aquellos chiringuitos de Filesa, Malesa y Times Sport para recaudar fondos, y que los tres fueron condenados y acabaron entre rejas. Después de aquella amarga experiencia, los dirigentes socialistas cortaron la “tangetópolis” hasta el día de hoy.

Pero la Alianza Popular refundada en Partido Popular por Manuel Fraga que en paz descanse y su delfín José María Aznar tras el raudo paso de Antonio Hernández Mancha por un liderazgo que se ganó a pulso frente a Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón –¡Qué viejos somos!– salió indemne de la investigación judicial sobre los trapicheos recaudatorios de Rosendo Naseiro y Ángel Sanchís, los sucesivos tesoreros imputados y exonerados, y pudo proseguir con la financiación paralela de sus grandes y no tan grandes benefactores.

El propio Aznar, que ya había obtenido favores políticos y económicos en Castilla y León del constructor Michel Méndez Pozo y había firmado entregas de cientos de millones para la minería a sociedades que sólo existían sobre el papel y no tenían dominios mineros siquiera, pedía dinero por carta a los empresarios para ganar las elecciones. El tesorero Álvaro Lapuerta, con la ayuda del gerente Luis Bárcenas, que Sanchís había colocado en el PP, visitaba a empresarios, incluidos los de su tierra, La Rioja, pidiéndoles que aflojaran la mosca.

El sistema B de Bárcenas y Lapuerta, ya muy mayor para esos trotes, se prolongó hasta que, por un descuido menor, estalló el caso Gurtel. Igual que en el caso de Filesa los socialistas maltrataron a aquel chileno que se llamaba Carlos Vanchouben (cito de memoria) y éste los denunció en el juzgado después de aportar la documentación a El Periódico de Cataluña y a El Mundo –el primero se resistió a publicarlo y la fuente, para forzar la máquina, entregó copia al segundo y llamó al primero diciendo que “lo va a publicar mañana”, con lo que ambos rotativos, el de Barcelona y el de Madrid lo publicaron a la vez–, en el caso del Gurtel-Bárcenas, los populares maltrataron a un concejal de Majadahonda y éste denunció la trama de financiación del partido y de enriquecimiento ilícito de los “roldanes” rufianes de turno.

Para defenderse, Rajoy aludió en el debate a Filesa y a Roldán (que robaba sólo para sí) y atropelló su promesa inicial de que no iba a entrar en el “tú más”. Tal es la palabra de ese hombre. Y su portavoz, Alfonso Alonso, recordó que la banca había condonado deudas millonarias a los socialistas. También para defenderse, Rajoy dijo que no se siente culpable y que sus remuneraciones eran legales y las declaraba a Hacienda y que, en fin, es un hombre “recto y honesto”. Como decía Indalecio Prieto, “la honestidad es de cintura para abajo”, por lo que debemos suponer que quería decir “honrado”.

En todo caso, según los suyos, Rajoy se defendió perfectamente y aportó argumentos: “Defendí a un presunto inocente pero no encubrí a un supuesto delincuente”, dijo antes de explicar que Bárcenas “tiene derecho a mentir” y que si ha puesto el foco sobre el PP para defenderse y defender la fortuna ilegal y delictiva, al margen del fisco, que colocó en Suiza y en otros países, él sabrá por qué lo hace.

Entre su endeble argumentación y el señuelo dialéctico del “fin de la cita” que repitió una y otra vez después de cada párrafo ajeno, Rajoy salió satisfecho de haber contentado a los suyos. De eso se trataba, decía al cronista Carme Chacón. En cambio, Rubalcaba, salió con un cabreo catedralicio y horas después, su portavoz, Soraya Rodríguez, presentó la petición formal de que se cree una comisión de investigación parlamentaria sobre la financiación paralela del PP.

El recorrido de la iniciativa será mínimo, pues la mayoría absoluta del partido gubernamental la rechazará en la Mesa y no permitirá que se discuta siquiera. La cuestión de fondo consiste en si la justicia dispone de pruebas que más allá de los apuntes de Bárcenas demuestren la financiación irregular del partido. Y la respuesta es que no.

Por más deposiciones que suelte el extesorero para defenderse del latrocino en el que ha sido pillado, de antemano sabemos que los jueces no se incautaron desde el primer momento de la contabilidad del PP, como hizo inmediatamente en el caso Filesa el magistrado Marino Barbero, irrumpiendo en la sede del PSOE. Y, lógicamente, el PP limpió las huellas.

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