Recuperar la política (o la historia de una camarera)

03/09/2013

Joaquín Pérez Azaústre.

“Hace veinte años, vivías atrapado en el gris, otro tiempo otro color”, cantaba Ismael Serrano quizá no hace veinte años, pero casi. Se refería, en esa canción tan legendaria escrita a cuatro manos con su hermano Daniel, a la generación de sus padres –o sea: a la gente que era joven, más o menos, hace ahora mismo cuarenta años- a cómo se habían ido acostumbrando a sobrevivir a la realidad con el recuerdo de lo que sucedió, todos los ideales que pudieron poner el mundo en espiral hacia su mejor vértigo naciente, y se quedó en la tierra de nadie del relato inconcluso. Alguna vez he escuchado al propio Ismael, o se lo he leído en alguna parte, que esa generación, al menos, ha tenido una historia que contar. Quizá la nuestra, de los que ahora mismo andamos entre los treinta y tantos y los cuarenta y pocos, nos hemos mirado demasiado en los días pasados, en la añoranza del sueño que vivimos en algunas canciones, en los libros, en esa sensación que había en los setenta, cuando parecía que se podían cambiar las cosas antes de que llegaran los ochenta, con su fiesta continua, con su enajenación.

Ayer por la noche estuve hablando con una camarera de veintidós años. La chica está acabando Derecho y tiene conciencia política: le gustaría participar en algo, se ha manifestado por la ley Wert, está indignada. No tiene ni idea de hacia dónde mirar: está pensando en irse a vivir a otro país, como han hecho ya varios de sus amigos. Antes acabará la carrera, aunque ella misma dice que no sabe para qué. El caso es que después de dos cervezas acabó confesando que ha estado varias veces a punto de hacerse militante de algún partido de izquierdas –las siglas son lo de menos-; pero no se ha atrevido, o no se ha animado lo suficiente, por el descrédito que tiene la política entre toda la gente que conoce. Hablamos bastante: del asesinato de Carrero Blanco, del movimiento de abogados laboralistas en toda España durante la transición, de algunas películas que podía ver –Operación Ogro, Siete días de enero, Salvador Puig Antic-, y también de viejas canciones –Silvio, Víctor Jara, Aute-, aunque ella, por supuesto, sólo conocía a Sabina, y un poco a Serrat por las giras que hacen juntos. La muchacha hablaba con la misma pasión que cualquier joven que mirara bajo los adoquines en el 68 parisino; pero algo más sola, como si sus sensaciones no tuvieran su correlato de época.

Hace cuarenta años, la política tenía el prestigio de lo que no había sucedido aún. La gente militaba no en dos o tres formaciones, sino en mil variantes dentro de una misma formación. ¿Qué ha pasado? La vida, entre otras cosas, con sus suelas de piedra.

Que una chavala así –lista, despierta: también creo que noble- no entre en la política por el lodo de la corrupción, es el verdadero triunfo del sistema. Hay que recuperarla. Hay que reinventarla.

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