Un gran vino es fruto de un lugar privilegiado. Los Palacios, viticultores oriundos de Alfaro, Rioja, van por la quinta generación cultivando tierras de monjes y peregrinos. Ellos son los encargados de cuidar un legado que no les pertenece porque dicen que el amo es el lugar.
Su éxito consiste en recuperar la uva autóctona y dejarse de pijadas. Hacen vino como se ha hecho siempre. Miman a la uva Mencia en el Bierzo. A la Samsó y Garnacha en el Priorato, y en la Rioja, la recia Garnacha se alía con la Tempranillo y la Mazuelo. Después de criar la materia prima de primera calidad, envasan su jugo y lo dejan reposar al silencio y al fresco de la bodega. Y luego, tienen la sana virtud de llamar al vino por su nombre, por el lugar del que procede; La Faraona, Las Lamas, Gratallops o L’ Ermita 2011 de este prodigio del que sólo hay 1200 botellas, están todas vendidas y a un precio que ronda los 1000 euros. Sí, algunos vinos salen caros porque su producción es corta y es la que es, no se trae uva de fuera para aumentar la producción, por ejemplo.
Vinos para comer con todo porque con el pez San Pedro, el cordero, el cochinillo, los espárragos, los arroces, potajes o cigalas casan a la perfección. Chelo y Álvaro Palacios e incluso, la tercera generación con Ricardo Pérez Palacios, llaman al pan, pan y al vino, vino y cuánto se agradece. No se andan con florituras rimbombantes ni son snob. Aman la tierra y miman las vides, igual que hace en La Rioja Isacín Muga. Cuando les oyes hablar entiendes por qué sus vinos son excepcionales y por qué te emocionan cuando la alquimia de esa garnacha va bajando por el esófago y antes los has olido y ese olor es de tierra mojada, de sol, de lluvia, de tierra recia y de mucho sudor.
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