Palizas y fantasmas

17/01/2011

Joaquín Pérez Azaústre.

La paliza terrible que le han dado a Pedro Alberto Cruz, consejero de Cultura del Gobierno murciano, ha desenterrado unos fantasmas igualmente terribles: los de esa acusación, sinuosa y plural, que sin atinar, enloda. Pedro Alberto Cruz salía de su casa y, en pleno portal, le asaltaron tres individuos, según un testigo de entre 25 y 30 años, con puños americanos, y le destrozaron la cara. Una barbaridad, una sangría, que a punto ha estado de costarle la vista. Este atentado no lo es, únicamente, ni contra una clase profesional, ni contra unas siglas, sino contra el civismo. Con varios huesos faciales rotos, da igual que el Pedro Alberto Cruz sea de un partido –en este caso, el PP- o de otro, que sea político o presidente de un club de fútbol, porque lo importante es el asalto, programado y cobarde, que podía haber sido peor: las investigaciones policiales, de hecho, apuntan a que los autores pueden ser unos profesionales contratados, mercenarios, o sea, o una banda descontrolada antisistema. Han ido a destrozarle.

Todo muy doloroso, seguido de la condena unánime de los partidos políticos, el primero el PSOE, a través de Carlos Iturgaiz, que conoce muy bien las formas más salvajes de violencia, y del propio Zapatero, que llamó a Mariano Rajoy para condenar la agresión y solidarizarse con la víctima y todo el Partido Popular. Pero Rajoy, que cuando despierta de su pereza política sigue el grito alzado de los más radicales que quedan todavía en su partido, ya ha empezado a lanzar insinuaciones sobre la presunta responsabilidad concreta del delegado de Gobierno en Murcia, Rafael González Tovar, por no haber protegido al consejero, y también general, de todo el PSOE, por haber “calentado el ambiente”.

Como si no se hubiera calentado el ambiente político antes, entre otras cosas gracias a esa crispación que generara el PP después del 11-M, sin que nadie se liara a mamporros con nadie. Excepto, claro, en el caso del periodista Hermann Tertsch, que quiso convertir una riña personal en agresión ideológica, sin suerte, por más que Esperanza Aguirre culpara al Gran Wyoming, y a La Sexta, de su pelea privada, como luego desveló el atestado policial. También entonces la condena de aquella agresión, se debiera a lo que se debiera, fue razonablemente unánime, pero se mintió, para tratar de emponzoñar al entorno socialista. ¿Se disculparon luego por la injuria? No. Como ahora.

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