Volvemos a la poesía, no abandonamos nunca la poesía, tomamos el tren hacia la noche y ahí dentro, a resguardo del hielo, está un tipo con bufanda que escribe versos y fuma (en este ferrocarril se puede fumar). El caso es que, últimamente, yo también he vuelto a escribir versos pero de esos impublicables que dedicamos a nuestras novias. Cosas de la edad. La adolescencia se me está complicando pero, ah, me comprenderían bien si vieran como es ella (tan guapa). En fin, basta porque siempre me acaba venciendo el impudor y aquí hemos venido a hablar del último poemario de Roger Wolfe.
Roger Wolfe fue un joven salvaje y ahora es un adulto de mediana edad que protege de la devastación su salvajismo y mira un pájaro por la ventana y se da cuenta, como si fuera Li Po, de que ese pájaro que tose sobre una rama, enfermo de polución quizás, resulta extraordinariamente conmovedor en su fragilidad y rotunda belleza.
Roger Wolfe practica la ironía y escribe:
“Tu y yo
somos líneas paralelas.
A mí de pequeño me dijeron
que dos líneas paralelas
se hacen secantes
-es decir: se cruzan-
en el infinito.
Vamos a tener
que armarnos de paciencia”.
Ah, ese Roger Wolfe que, sin embargo, se nos ha vuelto ferozmente derechista y brama contra la progresía y a favor de la épica de winchester propia de los territorios de frontera. Sí, un poco antipático, ya sé, pero perdonémoselo, es el mismo Roger Wolfe que tanto nos hizo disfrutar con aquel libro de ingeniosísimo título: Días perdidos en los transportes públicos. Sostiene Roger Wolfe que la luna ha visto el fin del mundo muchas veces y hallazgos como ese nos devuelven lo mejor de su poesía. Hay autores que son como viejos amigos con los que siempre da gusto reencontrarse, aunque en ese reencuentro les descubramos maniáticos, con un punto de intransigencia que no recordábamos en ellos. Bueno. A los amigos se les quiere y no hay más.
“Diez minutos no son nada;
pero también podrían ser
los diez últimos minutos que te quedan”.
El paso del tiempo también está presente (cómo no) en este poemario. Nos hacemos viejos pero, precisamente, la poesía es un antídoto perfecto contra la vejez y si no, mírenme, escribiendo poemas de amor (los mejores, claro, los definitivos). Roger Wolfe es un poeta que se asoma mucho al balcón, seguramente a fumar un cigarrillo, y nos cuenta lo que ve y nos transmite la emoción de quien sigue esperando, de quien no se ha rendido ni se rendirá, hasta la última calada de winston:
“No sé muy bien qué hago aquí.
Nunca lo supe.
La espera
continua”.
Sí, continuamos esperando y seguramente por eso continuamos leyendo versos, escribiéndolos, escuchando canciones que son fuego para escapar del frío. Este poemario sirve para eso y para muchas cosas más.
Y descubrir en este librito Deseo de ser perro, poema que no les desvelo pero que suscribo al cien por cien. Un poema perfecto, camarada Wolfe.
¿Me ha gustado todo en Gran esperanza un tiempo? Tal vez no. Y qué importa. Lo importante es que contiene versos fulgurantes, fogonazos que vuelan alto, razones suficientes para demorarse en sus páginas.
Qué demonios. Lean a Roger Wolfe. Yo, por mi parte, tengo un poema pendiente.
Gran esperanza un tiempo. Roger Wolfe. Renacimiento. 79 páginas.
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