La anterior crisis, la que provocó la eléctrica norteamericana Enron, y que causó la desaparición, entre otras, de Arthur Andersen y Andersen Consulting, junto con el replanteamiento de la figura de todas las empresas que de una forma u otra prestan servicios a las grandes corporaciones, parecía que iba a establecer serias barreras en esas relaciones entre empresas de forma que no se confundieran, por ejemplo, las tareas de auditoría externa con las de consultoría o asesoría fiscal.
La crisis actual, iniciada por la burbuja inmobiliaria, financiera y especulativa de buena parte de los grandes bancos de negocios norteamericanos, también debería servir, se dijo al principio, para establecer nuevas reglas del juego que impidieran conchabeos entre quienes hacen los negocios y los que deben vigilar que la práctica de ellos se ajusten a la legalidad y a los criterios de transparencia que se quieren exigir.
Para todo esto hace tiempo que se instituyeron lo que se conoce como ’barreras chinas’ que no son otra cosa que una serie de procedimientos operacionales que impidan que determinadas informaciones que algunos profesionales tienen sobre las empresas a las que prestan servicios precisamente por esas actividades puedan ser conocidas por otras personas que trabajan con los primeros y que pudieran aprovecharse de ese conocimiento.
Se supone, por ejemplo, que quien realiza tareas de auditoría no puede hacer al mismo tiempo consultoría o asesoría fiscal o legal. Una misma empresa puede prestar todos esos servicios pero debe haber una separación clara y evidente entre unas actividades y otras. Lo razonable sería que la firma que auditara a una empresa determinada no pudiera asesora a la misma. Pero eso se dice que va contra la libertad de mercado y por eso se establecieron las ‘murallas chinas’.
Siempre se ha dudado de su utilidad real porque al final en una empresa de servicios hay una única cabeza y parece difícil que no haya filtraciones a través de las murallas establecidas, lo mismo que hay humedades en las casas. Pero lo cierto es que menos es nada.
Lo que ocurre es que parece que con la crisis actual las prevenciones están desapareciendo a ritmos acelerados y que podría haber algo de manga ancha por aquello de que la principal preocupación es conseguir actividad para generar crecimiento económico.
Todo esto viene a cuento porque PricewaterhouseCoopers, en la comunicación que ha hecho sobre el acuerdo alcanzado con Sacyr para ocupar 15 plantas de la torre que la constructora levantó en los terrenos de la antigua ciudad deportiva del Real Madrid en el Paseo de la Castellana, señalaba que esta decisión le permite trasladar a toda su plantilla, más de 2.700 personas, a una única ubicación y que eso representará una mejor prestación de servicios a sus clientes. Al tiempo, naturalmente, que un mayor ahorro de costes para la propia PwC.
Pero el problema surge cuando en esa misma nota de prensa PwC señala que la sede única “permitirá desarrollar aún más su carácter multidisciplinar y su capacidad para crear equipos mixtos –auditores, consultores, abogados, fiscalistas, expertos en transacciones…- para asesorar a los clientes“.
De repente se pueden formar equipos mixtos, liderados naturalmente por una única persona porque de otra forma no serían mixtos, para prestar entre todos todo tipo de servicios a una compañía concreta. Por eso parece que las murallas chinas se han diluido en las aguas de la crisis como un azucarillo en un vaso de agua. Convendría saber si las autoridades supervisoras están de acuerdo o no con la existencia de esos equipos mixtos de los que hablan.
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