Estamos en un trozo de selva, encima de un manglar y a pie de una playa bañada por el Caribe. Un pájaro oscuro, llamado popularmente chachalaca, es lo único que se escucha al despertar. Sus trinos son suaves y repetitivos en medio de una selva que comienza a despertar. Al silencio, ese bien tan preciado, se le rinde culto en el Grand hotel Paraíso y para evitar que se rompa, los niños tienen prohibido el acceso al recinto. Aunque se llenen sus 120 grand suites frente al mar –con servicio de mayordomo personal-, sus 45 junior suites y las 135 estándar junior suites, el hotel es un lugar apacible. Su publicidad, de la que es imagen Antonio Banderas a lomos de Fabián un pura sangre español, se empeña en hacernos creer que el cliente es una estrella. A fe que lo consiguen. No porque haya que firmar autógrafos por los pasillos de mármol y decorados con estilo neo renacentista, sino por el trato que se recibe. Desde el discreto conductor de los cochecitos de golf, que traslada a los huéspedes por las diferentes instalaciones, hasta el completo buffet del desayuno –con  jugos naturales depurativos a base de nopales, espinacas o papayas-, uno siente que el paraíso también existe y se encuentra en este mundo.

El millón de metros cuadrados que ocupa el resort, cuenta con un total de cinco hoteles en su interior, campo de golf de 18 hoyos, centro comercial, animada discoteca hasta las tres de la madrugada, escuela de buceo donde practicar snorkel, espectáculos nocturnos en el Teatro Coliseo, tiro con arco, clases de salsa o de cócteles, spa  y por haber hay hasta centro de convenciones o servicio de bodas, donde a uno, ya que está en zona maya, le puede casar un chaman.

Aunque no sea necesario salir del complejo hotelero, que más bien es una pequeña ciudad porque tiene hasta centro médico, no podemos olvidar que nos encontramos en la Riviera Maya, el epicentro de una de las civilizaciones más interesantes del planeta. A una hora desde el hotel en coche merece la pena visitar la zona arqueológica de Tulum, hacerse fotos con las innumerables iguanas que salen al paso y bañarse en sus playas bajo las pirámides. A poco más de dos horas se encuentra Chichen-Itzá y el cenote Ik Kil “el lugar de los vientos”. No lo dude visite ambos lugares, merecen la pena. Por cierto, una de las tres piscinas del Grand Hotel Paraíso se llena con agua de cenote. Dos recomendaciones, antes de abandonar Cancún, abrácese a una ceiba, el árbol sagrado de los mayas, porque es garantía de regreso y adquiera pesos en el hotel, dan mejor cambio que en el aeropuerto.