No me tengo por una eminencia en nada y menos aún en economía aplicada pero si Zapatero iba a necesitar sólo un par de tardes para ejercer su magisterio en materia tan intrincada, a mí me ha bastado con dos minutos. Al menos para saber que esto de la reforma de las cajas de ahorro supone que usted, sí usted, no mire para otro lado, y yo y otros cuantos, es decir los de siempre, ponemos el parné para sanearlas y cuando estén lustrosas llega el listo de turno, las compra y se forra a costa del riñón ajeno. Y luego dicen que los chollos están en las tiendas de chinos.

No lo debía tener tan claro el otro día el presidente en una entrevista que le padecí pues fue mentarle las cajas y, de tan desnortado, no se discernía si hablaba de entidades financieras o estaban pensando en cuántas le harán falta para hacer la mudanza de Moncloa. Es curioso, o no tanto y es que uno es ingenuo, que cuando se trata de poner pasta a tutiplén para salvar los esfínteres de los bancos y afines nadie de los dos partidos mayoritarios abre la boca salvo para preguntar cuánto hace falta. Otra cosa es que el pastizal sea para subir las pensiones; algo de todo punto intolerable.

Si antes, en un ejercicio de autocrítica sin precedentes, apuntaba mi posible candidez qué decir de la suya si cree por ventura que esto de rascarse el bolsillo le va a servir de algo. Quiero decir que una cosa es que pague a escote desmanes y torpezas ajenas y otra que vaya luego a la sucursal que ha ayudado a salvar de manera alícuota y le concedan un crédito.

Como mucho, y eso si va usted aseado, saldrá el director a darle el calendario de turno aunque sea en agosto y a propinarle una palmadita en la espalda por los servicios prestados. Salvo que sea usted cliente preferente en cuyo caso le aseguran el tenedor de la vajilla si se abre un plan de pensiones con tres millones de euros. No es tan ganga como la suya pero menos da una piedra salvo que la privaticen. No se queje.