Llevan al Congreso los restos mortales del expresidente Suárez. Le reciben los reyes Juan Carlos y Sofía; el presidente de la Cámara, Jesús Posada; el del Senado, Pío García Escudero; el del Gobierno, Mariano Rajoy, y los del Poder Judicial y el Tribunal Constitucional. Están Felipe González, José María Aznar, José Luis Rodríguez Zapatero. La capilla ardiente ofrece la imagen del tiempo desvivido dialécticamente. El cronista echa en falta a los presidentes autonómicos y recuerda:
Mucho tiempo después, el general Andrés Casinello recordaría la suerte que tuvimos con un presidente como Adolfo Suárez González. Casinello era jefe de los servicios secretos del Estado (el CESID) y colaboró con Suárez en algunas misiones políticas de primer orden como la de visitar al president de la Generalitat en el exilio, Josep Tarradellas, y pedirle que volviera. “Hay una imagen que me persigue –añade el general–: es la de dos desconocidos que caminan uno hacia el otro por un campo y cuando están a punto de cruzarse, ambos extienden el brazo para protegerse. Nació así el saludo”. El protagonista indiscutible de esa estampa histórica de mano tendida a los nacionalistas, republicanos, comunistas, socialistas, sindicatos de clase.., fue Adolfo Suárez. Le pregunté a Casinello cuál era el principal rasgo de su carácter y contestó sin dudar: “Una gran empatía”. Es cierto. No se enfadaba jamás. Sin ella, la Transición no habría sido posible.
Cuando el rey Juan Carlos regresó de su primera visita oficial a Washington, en la primavera de 1976, la izquierda tolerada (PSOE) y la perseguida (PCE) esperaba que colocase a José María de Areilza al frente del Gobierno en sustitución del franquista Carlos Arias Navarro, exalcalde de Madrid y muy amigo de la esposa del dictador fallecido. De hecho, Areilza introdujo las 29 palabras clave en el discurso del monarca ante el Congreso de EEUU, anunciando que España sería una democracia. Santiago Carrillo, que desde enero de 1976 recorría el país disfrazado con su famosa peluca, mantenía contactos con Areilza (conde de Motrico) sobre la legalización del PCE y se llevó una gran decepción cuando el rey puso a Suárez.
Ni Carrillo ni Felipe González habían hablado de política con aquel falangista o “azul”, como se decía entonces, que había sido director de Televisión Española antes de suceder en el verano de 1975 a su valedor, Fernando Herrero Tejedor, en la secretaría general del Movimiento, el partido único franquista. Sin embargo, todo cambió cuando le conocieron. Alfonso Guerra llegó a decir que Felipe “se enamoró de él”. Y Carrillo le quería tanto que no dejaba pasar un debate sin ofrecerle su apoyo frente a la caverna golpista y a la tendencia pretoriana del Ejército, todavía considerado “columna vertebral de la patria”, razón por la cual le llamábamos “Santiago Pactillo”.
Su gran coraje político para “dinamitar el bunker”, apelando a un referéndum para sacar adelante la ley de reforma política, para legalizar al PCE, negociar con ETA y excarcelar a todos los terroristas por la vía del “extrañamiento” al extranjero, de modo que en las primeras elecciones del 15 de junio de 1977, ni siquiera los que ultimaron al almirante Carrero Blanco quedaban ya en prisión, sorprendía tanto como su capacidad de diálogo y empatía. De la profunda convicción democrática nos queda la frase de su dimisión como presidente: “No quiero que la democracia vuelva a ser un breve paréntesis de la historia de España”.
Pronunció aquella frase el 29 de enero de 1981, cuando su partido, la Unión de Centro Democrático (UCD), se descomponía en familias y banderías. Y adquirió pleno sentido cuando, la tarde del 23 de febrero, irrumpió en el Congreso el golpista Tejero pegando tiros y vociferando “todos al suelo”. Él, Carrillo y Manuel Gutiérrez Mellado no se agacharon ni se dejaron humillar. Todavía se discute si el golpe de Tejero y Milans desactivo el “golpe de timón” que urdían Alfonso Armada y los nimédicos (por detrás). Lo cierto es que Leopoldo Calvo-Sotelo, un hombre de empresa (Unión de Explosivos Riotinto), al que llamábamos “la esfinge” y “el pianista”, tomó las riendas del Gobierno y nos metió en la OTAN pensando que de ese modo ocuparía mejor a los militares, como, de hecho, así ocurrió.
La estrella política de Suárez se fue apagando. La fundación del Centro Democrático y Social (CDS) con Rafael Calvo Ortega, José Ramón Caso, Toni Fernández Teixidó tuvo poco recorrido, entre otras cosas, porque hasta los banqueros le negaron el crédito para la campaña electoral de 1986, en la que, no obstante, obtuvo 19 escaños frente a cero de la “operación reformista” de Miquel Roca que le disputaba el centro político. Las vicisitudes personales y las divisiones, de nuevo, en un CDS homologado con la Internacional Liberal del italiano Giovanni Malagodi, determinaron su retirada definitiva de la política en 1989, cuando ya José María Aznar adquirió protagonismo como el designado de Manuel Fraga para ensamblar el centro-derecha. Las gentes pasan, la vida continúa.
Aviso Legal
Esta es la opinión de los internautas, no de diarioabierto.es
No está permitido verter comentarios contrarios a la ley o injuriantes.
Nos reservamos el derecho a eliminar los comentarios que consideremos fuera de tema.
Su direcciónn de e-mail no será publicada ni usada con fines publicitarios.