Los tres problemas de España son: el paro y la crisis, la construcción europea y Cataluña. Lo ha dicho Mariano Rajoy, que no es un filósofo sino un notario de la realidad cuya función de gobierno le obliga a permanecer atento a los índices entendidos como algo más de esos dedos que tenemos en las manos. De esa atención se derivan las certezas que expuso este miércoles, 7 de mayo, en el pleno del Congreso, en respuesta a Alfredo Pérez Rubacalba, del PSOE y Joan Coscubiella, de ICV-La Izquierda Plural.
Sobre el paro y la crisis la situación va mejorando. Si tenemos en cuenta que desde mediado de 2007 hasta finales de 2011 se destruyeron 3,5 millones de puestos de trabajo y que con un crecimiento neto de la actividad económica del 0,4% del PIB en el primer trimestre de este 2014 se ha parado la tendencia destructiva y la economía empieza ya a crear empleo, parece evidente, según Rajoy, que hemos salido de la crisis y que “en España vamos mejor”. “El gran objetivo era crecer y crear empleo –le dijo a Rubalcaba–, y ya ve usted que tenemos 300.000 menos en el paro y que llevamos ya seis meses de aumento del empleo”.
Los índices es lo que tienen: que a unos les parecen bonitos y a otros no. Y en el caso del descenso del paro registrado se han limado las aristas de quienes ya ni se registran como desempleados –decenas de millones de jóvenes– porque no sirve para nada y se ha omitido el espectacular descenso de la población activa, cifrado en más de un millón y medio de trabajadores desde que Rajoy llegó al Gobierno con la mayoría absoluta del PP. No obstante, las previsiones de la UE y las que ayer conocimos del BBVA, a las que seguirán hoy las del ICO, nos ofrecen motivos para la esperanza, pues colocan a la economía española con un crecimiento del 1,2 este año y el 2,1% el año que viene, y eso supone mayor actividad y más empleo.
El problema de la construcción europea es fundamentalmente político y depende de la voluntad de acuerdo en avanzar en el reconocimiento de unas instituciones democráticas comunes y en las decisiones sobre la cohesión económica y social, con todas las implicaciones que esto tiene sobre la cesión de soberanía a un gobierno federal por parte de los Estados miembros. Naturalmente, en la sesión de control, Rajoy no desarrolló aspecto alguno que fuera más allá de la hipotenusa de la nariz.
Y el tercer problema que figuraba en su papelito es Cataluña. Ya le dijo a Durán Lleida que la soberanía e integridad de España no se negocia y que si los partidos que apoyan la independencia no corrigen sus planteamientos, no se va a sentar a hablar ni con Mas ni con menos sobre esta materia. Rajoy confía en que el paro, que ha bajado un 11% en Cataluña, siga decreciendo y que los problemas sociales y los recortes vayan menguando para que los ciudadanos comprenda que el independentismo les va a perjudicar. Eso fue todo, o sea nada, por su parte.
Si Rajoy fuera un político con más luces de las que aportan sus asesores y la famosa Fundación Faes y que se basan en el daño y el amedrantamiento a los catalanes, comprendería que la decisión de consultar a la gente y el derecho de los ciudadanos a contestar no rompe nada, y menos España, y aportaría la nueva perspectiva temporal de la construcción federal europea para asumir que Cataluña y otras nacionalidades históricas podrían tener voz y votos propios en una Unión Federal Europea (UFE), sin dejar de ser España. Soluciones y salidas hay. Sólo faltan estadistas.
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