No hablo catalán en la intimidad pero entiendo como pocos las quejas de Durán i Lleida por no haber sido el Parlamento ni siquiera actor secundario en la firma del acuerdo social entre Gobierno, empresarios y sindicatos. Cualquiera hubiera querido rentabilizar los asombrosos efectos inmediatos que ha tenido en el empleo, principalmente en el juvenil. Primero fue Merkel quien se ofreció a llevarse ingenieros sin estrenar y ahora ha sido Dineyland París quien invita a nuestros zagales a cotizar a la Seguridad Social aunque sea disfrazados de Mickey Mouse. Cabe esperar que, pese a ello, tengan derecho a asistencia médica y no veterinaria. Se dirá, con el ánimo de meter cizaña, que en ninguno de los dos casos tiene nada que ver el Ejecutivo español.

Algunos, los más derrotistas, responderán que, justo por eso, la muchachada tendrá alguna posibilidad de comprobar que el trabajo no es salud ni se le parece mientras que otros, mucho más patriotas y constructivos, bien podrán argumentar que Iñigo va a sustituir a Uribarri como comentarista de Eurovisión y que en este evidente ejemplo de rejuvenecimiento del ente sí que tienen que ver algo las autoridades competentes. O mismamente las que hay. Lo cierto y verdad es que las previsiones para el empleo son pésimas por mucho que se atisbe el perezoso crecimiento de la economía que, en cualquier caso, no parece que se vaya a acompasar con la reducción del paro.

Lo dice el último estudio del BBVA pero, lo que es más preocupante, lo refleja el día a día del desánimo del desempleado y de quien sale de la facultad o de la escuela de formación profesional con el temor de que, probablemente, le queden por delante años y años de recreo. No es pesimismo. Es ver cómo los becarios llegan llenos de sueños a las redacciones y salen de ellas por las mismas puertas que entran otros que también se irán porque, en el fondo, no importa que sean avispados ni zotes. Simplemente basta con ser barato. Y eso me da que no hay pacto ni foto que lo arregle por mucho photoshop que metas.