De antemano sabemos que el primer deber de cada cual es para con los de su clase, y a nadie puede extrañar que la derecha política esté formada por ricos (el capital) y la izquierda por pobres (el trabajo). La verdad de Perogrullo admite todas las gradaciones y degradaciones que la mente humana pueda imaginar y la inteligencia observar, comprender y explicar. Lo que resulta más difícil de entender es el abuso de las diferencias de género por parte de los políticos. No por ser hombre, abogado del Estado y adinerado se posee mayor capacidad intelectual que por ser mujer, licenciada en nada y trabajadora de telefonía. Quedó de relieve en el famoso cara a cara televisivo que protagonizaron los candidatos del PP al Parlamento Europeo, Miguel Arias Cañete, y del PSOE, Elena Valenciano Martínez-Orozco. Luego, el de derechas intentó reponerse del mal sabor de boca –con visible secreción salivar– profiriendo su razón sobre lo difícil que es debatir con una mujer y demostrar la superioridad intelectual sin parecer machista. La cuestión no era esa, sino si las mujeres podrán seguir decidiendo legalmente sobre su maternidad, como ocurre desde 2010, o se verán sometidas a la contrarreforma episcopal proyectada por Alberto Ruiz-Gallardón Jiménez y su superior Mariano Rajoy Brey que, de nuevo, las coloca bajo control y tutela judicial.
La expresión de superioridad machista del exministro de Agricultura le acompañará ya mientras viva y quedará en los libros como anacrónica expresión de la lenta evolución de la inteligencia humana. Dicen los neurólogos que cada generación es un poco más inteligente que la anterior. Puede ser. Pero en lo atinente a los tics machistas avanzamos poco. Nada más hay que ver cómo el encargado de defender a Cañete en el siguiente debate televisado (a seis) ante las elecciones europeas del domingo, Esteban González Pons, no se privó de utilizar expresiones machistas en Twitter cuando, ante la proximidad de las elecciones generales de 2011, empleó esa herramienta para alcanzar popularidad en la globosfera. Pons entró al trapo de una propuesta sobre las expresiones más usuales en tres palabras, y tuiteó el 18 de junio de 2011 “Ole mis huevos” y “Por mis cojones”. Al parecer, en el debate se olvidó de su gran aportación intelectual cuando exhibió ante las cámaras un twit de Valenciano llamando feo al futbolista Ribery, otra extraordinaria aportación intelectual.
El cronista conoce a los personajes y reconoce que todos ellos se comportan con cortesía y amabilidad, y que su capacidad intelectual está fuera de duda. Listos si son. Pero algo tienen las campañas electorales –quizá el fragor belicoso, la excitación del combate, ese afán de llegar en poco tiempo a muchos sitios– que transforman a los actores de modo que incurren en burricie en cuanto se salen del guión. Escasos de lecturas –la mayor parte de nuestros políticos sólo lee disposiciones e informes–, carecen de ironía y de otros recursos dialécticos que no sean la exhibición de índices, las citas de autoridad de esos endiablados organismos burocráticos que nos suenan a carcasas de despiadados tecnócratas expertos en todo menos en personas de carne y hueso, y los abominables ataques ab homine. En la España de Quevedo y Lucientes ni ironía ni retranca ni arte para caracterizar tienen. Quizá la era de los picos de oro se extinguió con el declive de personajes como Miguel Herrero o Alfonso Guerra. Y aunque siempre hubo animales políticos y políticos animales, el vigente panorama no augura nada nuevo ni bueno en la Eurocámara. A falta de argumentos y fundamentos para superar los Estados nación en la Unión Europea, todo es número y apelación testicular.
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