Felipe de Borbón y Grecia ha sido proclamado nuevo jefe del Estado por las Cortes Generales en un acto cargado de boato y simbolismo. El nuevo rey Felipe VI acudió en traje de gala de la Armada y con la faja de capitán general de las Fuerzas Armadas que previamente le puso su padre, Juan Carlos I el abdicado, en La Zarzuela. La pregunta es ¿por qué un rey constitucional ha de lucir traje militar en un acto civil? Otra pregunta es ¿por qué el rey abdicado, ya sin atribuciones, ha de nombrar jefe de los Ejércitos al heredero del Trono y la Corona, cuando ese ejercicio corresponde constitucionalmente a las Cortes Generales? Si algún sentido tenía que fuera vestido de militar era, precisamente, que el presidente de las Cortes, Jesús Posada, le impusiera la faja.
La solemne proclamación ha tenido otros aspectos chapuceros. ¿Por qué el Congreso de los Diputados y el Senado han permitido que desde La Moncloa y desde la Casa Real les dictaran el protocolo con detalles tan absurdos y rancios como que las mujeres, sus femeninas señorías en este caso, no pudieran llevar pantalón, sino “falda corta”? A los hombres se les indicó que deberían llevar corbata y traje oscuro. ¿Y eso, por qué? Una cosa es la limpieza y otra la sandez. ¿Si en el templo de la soberanía nacional no mandan los representantes democráticamente elegidos, en donde han de mandar entonces? Asombroso pareció a dos representantes de CiU y del PSOE en la Mesa de la Cámara que les ordenaran llevar chaqué –traje de pingüino, para entendernos–, como si no bastara ir de traje o como si el alquiler del chaqué no costara una pasta. Desobedecieron la indicación.
Del acto propiamente dicho, además de los parabienes del presidente de la Cámara y el juramento de la Constitución, vale destacar la correcta lectura de un discurso en el que el monarca sobrevoló muchos temas y problemas sin detenerse en ninguno. Quiso dejar claro que ahora mandan los de su generación. Enfatizó la famosa frase de que en España cabemos todos –a los pocos republicanos que pudieron reunirse en la plaza de Tirso de Molina los reprimió la policía y detuvo a varios– y no dijo nada nuevo que no hubiera dicho en otros monólogos institucionales como Príncipe de Asturias. En resumen, se plagió a sí mismo y acabó repitiendo “muchas gracias” en las cuatro lenguas oficiales del Estado.
Luego la chapuza prosiguió con el breve besamanos en el Salón de los Pasos Perdidos a los miembros del Gobierno, presidentes autonómicos e integrantes de las mesas del Congreso y del Senado. ¿Y a los diputados y senadores no? ¿Acaso no son los representantes del pueblo ni merecen un saludo? Pues no. Quedaron reducidos a ser la claque de la función. Los que quisieron saludarle tuvieron que subir a unos autobuses cuando terminó el acto parlamentario y la parada militar en Carrera de San Jerónimo para ir a hacerlo al Palacio Real entre las dos mil personas invitadas a la recepción.
El gesto de la nueva reina, Letizia Ortiz, de saludar con la mano a sus antiguos compañeros de TVE, fue toda una deferencia por su parte mientras se ocupaba de que las niñas, la princesa Leonor y su hermana Sofía, estuvieran tranquilas. Pero ese detalle no se concilió con los obstáculos y dificultades que impusieron a los periodistas para realizar su trabajo. ¿Es que el DNI, el carné profesional y la acreditación de la Cámara como corresponsal parlamentario no eran suficientes para cruzar el cordón policial una hora y media antes del acto y poder realizar la tarea? Impusieron acreditaciones específicas desde La Moncloa y la Casa Real para acceder desde la plaza de Neptuno a la Carrera de San Jerónimo y acreditaciones especiales para entrar al Congreso. Los periodistas fueron sometidos a largas esperas en la puerta bajera del Senado el día anterior para poder recoger las chapas.
Aunque los motivos de seguridad sean comprensibles y conlleven gastos, pérdidas y sacrificios suplementarios, el encapsulamiento del vecindario, la retirada de decenas de vehículos por parte de las grúas municipales de las calles cercanas con dos días de anticipación, el cierre del Metro y la supresión de otros medios de transporte público por el centro de la villa y corte, así como el impresionante despliegue de más de 9.000 policías y militares, algunos con la bayoneta calada, fue tan impresionante como efectivo para que al “paseillo” en rolls royce descubierto de los nuevos reyes no acudieran las masas que a juzgar por el despliegue y las vallas y las 120.000 banderitas distribuidas por el Ayuntamiento habían previsto.
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