Si preguntamos a un inversor en bolsa alemana cómo le fue el año 2010 contestará con una amplia sonrisa que “muy bien”. Si hacemos la misma pregunta a un inversor en bolsa española nos dirá con frustración que “muy mal”. Su percepción del riesgo ha sido totalmente distinta. El español ha experimentado que el riesgo le puede hacer perder. El alemán, que el riesgo también sirve para ganar.
El riesgo-país “España” ha sido probablemente una de las principales causas del pobre comportamiento del IBEX-35 el año pasado. También ha sido el responsable de una pérdida media del 3% en los bonos del tesoro y en la deuda de la comunidades autónomas. Otras inversiones “españolas” como los bonos de nuestras cajas y bancos y la titulización de nuestras hipotecas, empataron a cero. Los precios medios de nuestros inmuebles –a falta de indicadores transparentes- podrían haber caído, según los expertos, entre un 10% y un 20%.
Durante las década del “todo vale” (1995-2007) los profesionales de la gestión de inversiones sólo nos acordábamos del riesgo-país cuando estaba asociado a economías emergentes: el corralito de Argentina, las distintas crisis rusas, las crisis del sudeste asiático, etcétera. Durante los últimos diez años pensábamos que en occidente habíamos desterrado el riesgo-país. Lo curioso es que también ninguneábamos el riesgo de iliquidez y obviábamos el riesgo de crédito. Creíamos que sólo el riesgo de mercado era el responsable de nuestras pérdidas y ganancias en los mercados financieros.
Los gestores hemos recibido una dura cura de humildad durante esta crisis que ha durado casi tres años. Identificábamos al riesgo como nuestro gran enemigo en la búsqueda de rentabilidad y creíamos haberlo derrotado. Estábamos equivocados: el riesgo no es nuestro enemigo; es nuestro mejor aliado para la consecución de buenos resultados a largo plazo. Sin riesgo no hay rentabilidad. Pero el riesgo hay que identificarlo, medirlo, gestionarlo, limitarlo y controlarlo. Y creo que los profesionales de la gestión de inversiones no hemos sido cuidadosos con estos aspectos en los años del “todo vale”.
Nuestros verdaderos enemigos en la gestión del ahorro son otros: los costes elevados, la inflación, los impuestos, las prisas por conseguir resultados inmediatos y, además, la ausencia de objetivos claros, la escasa transparencia, la desinformación, la temeridad y la no diversificación, entre otros.
Hagamos del riesgo un aliado eficaz para conseguir objetivos razonables y coherentes con nuestras posibilidades y deseos. Tan sólo hace falta saber donde están (identificar tipos de riesgos), aceptarlos o no (gestionarlos), poner límites a la las pérdidas –nunca a las ganancias- y monitorizar nuestros resultados (controlarlos). Algunos profesionales hemos aprendido la lección y arrepentidos y escarmentados prometemos no volver a repetir los mismos errores en el futuro.
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