Por afición, y también por razones profesionales, suelo ser  visitante asiduo de exposiciones de arte, muchas de las cuales me dejan absolutamente indiferente. Sin embargo, afortunadamente, en ocasiones surge la sorpresa y se encuentran obras impactantes, como es el caso de  Vórtice que Daniel Canogar, uno de nuestro artistas más brillantes  e inteligentes,  presenta en la Fundación Canal, en Madrid.

Una de sus instalaciones me ha llamado poderosamente la atención. Se trata de una combinación de lavabos, bañeras, piletas de ducha, bidets, retretes, dispuestos en serie,  por los que discurre una corriente continua de agua sobre la que se proyectan distintas figuras humanas. Estas flotan un instante en el agua y acaban perdiéndose indefectiblemente por el sumidero de cada uno de los aparatos.

La exposición, según confiesa el artista, tiene como eje la crítica de la cultura de usar y tirar, del despilfarro,  la acelerada obsolescencia de los bienes de consumo que acaban convertidos en basura y que terminan en ríos y mares, como el gran vórtice del Pacífico Norte donde en una superficie similar a la  de  Europa se acumulan desechos de todo tipo. Pero una cosa son las intenciones de los artistas al plantear y concebir sus obras y otra muy distintas las interpretaciones  que puedan darles  quienes las contemplan.

A mí la pieza en cuestión me hizo pensar en la cantidad de esperanzas, ilusiones, proyectos  que la actual crisis se ha llevado por el sumidero; en los miles y miles de personas que, sin comerlo ni beberlo, han visto arruinado su presente y tal vez su futuro, porque, querámoslo o no, las personas son las víctimas de la actual situación y generalmente reciben una atención meramente retórica. Nos ocupamos y nos preocupamos por cuestiones técnicas y económico-financieras,  debatimos y discutimos sobre la oportunidad o la bondad de las recetas que nos sugieren o nos dictan quienes, por acción u omisión, son en alguna forma responsables de la crisis y sacrificamos a su efectividad los anhelos de muchas personas  y de familias enteras que ven como sus aspiraciones y sus vidas se van por el sumidero sin que nadie lo remedie.

Ante esta situación de crisis, deberíamos plantearnos una vez más la cuestión de si otro mundo es posible.