Las casas colgadas

16/02/2011

Pascual Hernández.

Más allá de las Casas Colgadas y su bello casco histórico la ciudad es una maravilla natural. Una fortaleza rocosa nacida del abrazo de dos ríos: el Júcar y el Huécar. En 1996 la UNESCO la declaró Patrimonio de la Humanidad.

Al llegar a la ciudad el casco histórico sobresale a lo alto como un santuario protegido por la inmensa fortaleza rocosa sobre la que se asienta. Desde la perspectiva donde me encuentro, en el Puente de San Antón, sobre el Júcar, parece una ciudad más cercana al cielo que al asfalto.

Los ríos Júcar y Huécar protegen este bello, gigantesco y también mágico promontorio rocoso de 1000 metros de altitud que sirvió de baluarte defensivo durante siglos a sus habitantes. Decía Pío Baroja que Cuenca tiene algo de castillo, convento y santuario. Y así es, pero también es una ciudad contemporánea como reflejan su espectacular Auditorio o el magnífico Museo de Arte Abstracto. En realidad la ciudad la componen dos núcleos urbanos: el histórico, que gira alrededor de la Plaza Mayor y la Catedral en lo alto; y la ciudad nueva: moderna y comercial, abajo, donde se desarrolla la vida cotidiana de la mayoría de los 56.000 conquenses, que discurre por las calles Carretería, Colón, el Parque de San Julián y los alrededores de la Diputación.
Como sucede con muchas ciudades, la magia y el encanto debemos buscarlas en su parte antigua. Hacia ella me dirijo preparando el resuello para afrontar sus empinadas cuestas. Un itinerario que bien puede calificarse de Turismo de salud por el ejercicio que voy a afrontar en las dos horas que pasearé por las calles del casco histórico. Es cierto que se puede acceder a la parte alta en coche o en autobuses urbanos, pero no hay nada como descubrir sus calles, plazas, casas señoriales, iglesias, conventos y monumentos caminando al ritmo que cada cual se marque. Merece la pena. También habrá tiempo para el descanso, el refrigerio y saborear la suculenta y variada gastronomía conquense. No sólo de belleza se alimenta el espíritu. El Morteruelo, Gazpacho pastor, Ajoarriero o las chuletas de cordero son un complemento ideal tras una visita a la Catedral y haber superado subidas con un desnivel superior al 15%.

Camino desde el Puente de San Antón, frente a la bella iglesia de la Virgen de la Luz, realizando fotografías mientras pienso por dónde afrontar la subida a la fortaleza.

Unos ancianos cuyos ojos han visitado todos los rincones de la ciudad se detienen junto a mí y con esa naturalidad, sabiduría y amabilidad que dan los años, me desvelan los mejores emplazamientos para conseguir las más bellas panorámicas. Les agradezco sinceramente la información y me dirijo por las calles Palafox y Alfonso VIII en busca de la Plaza Mayor.

Por el camino descubro casas señoriales, como la del Corregidor y la los Clemente de Aróstegui, ambas del siglo XVII, que atestiguan esplendores pasados y edificios uniformes de cuatro plantas y fachadas multicolores más populares y de construcción más reciente. Tras diez intensos minutos de prolongada rampa alcanzo a ver uno de los arcos que sirve de entrada a la Plaza Mayor.

Son infinidad los lugares que pueden disfrutarse en Cuenca; su museo de Arte Abstracto, la plaza Mangana, atravesar uno de sus puentes sobre el Júcar o dormir en un convento o en el exquisito Parador porque sin duda, Cuenca es mucho más que sus casas colgadas. Para leer el artículo completo visitar www.viajeroshoy.com

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