En su día pasó casi desapercibido pero ahora que emerge su poderoso influjo intelectual al hilo de la contaminación es menester recordar que doña Ana Botella ya apuntó taxativa en el Ayuntamiento que el aire se mueve. Una teoría tan novedosa y transgresora que, acaso por ello, fue silenciada por el establishment imperante. Sin embargo, como no se espera menos de pensadores de altos vuelos, sus reflexiones nunca caen en saco roto. Y no ha sido cualquier discípulo quien ha secundado esta corriente de la movilidad pertinaz de las cosas. Nada menos que Zapatero se sube al carro aunque cambia los vendavales o las livianas brisillas por los zigzagueos ideológicos.

Es decir, no es que cambie de opinión él sino que la economía se mueve tanto que al final se marea y dicta en el BOE los decretos que dicta. No se trata de pedir desde aquí que, además de ser votado para ello, uno satisfaga una prueba de acceso para ser inquilino de La Moncloa, pero hombre, don José Luís, eso lo sabe hasta mi sobrino y eso que no tiene el juego del Ibex 35 en la Play. De hecho, acaso le pueda parecer asombroso pero antes para que te dieran unos zapatos igual lo tenías que cambiar por dos gallinas. Se llamaba trueque, pero no se preocupe que sobre eso no tiene que pronunciarse porque ya ha cambiado. Dos tardes que se ahorra de estudiar economía.

Uno sabe que las cosas pueden mudar con los tiempos y que a un gobernante se le puede pedir eficacia y honestidad e incluso, puestos a ser exigentes, que entienda su letra para saber qué firma, pero no que sea Rappel ni que tome posesión con esos abrigos tan singulares. Lo que no se antoja demasiado serio es parapetarse tras el informe erróneo del FMI, como un Ásterix de la macro, porque el mal de muchos ya sabe que no consuela a todos.

Rato no lo vio pero olvida el pequeño detalle de que quien nos gobierna es usted. El problema igual no es tanto que rectifique de tal modo que, de ser cierto el refrán, su sabiduría debe ser casi infinita. Más preocupante es que siempre que tiene que girar lo haga en el mismo sentido como si en su circuito político la única señal que se respeta es aquella que prohíbe girar a la izquierda.