Fumar en el cine

22/02/2011

diarioabierto.es.

Ahora el debate no es si se puede fumar, sino si se permite en las películas. Aún más sinuoso: si los guionistas tienen libertad para incluir en sus historias personajes que fumen. Hay quien defiende esto con inteligencia y tesón, como Rodrigo Córdoba García, presidente del Comité Nacional del Prevención del Tabaquismo, y además con razones poderosas: que, ni en las obras de teatro ni en el cine, que a fin de cuentas son también lugares de trabajo, aparezca alguien fumando para no fomentar el modelo social del fumador. Si los chavales comienzan a fumar con doce o trece años y a los quince son adictos a la nicotina, es cierto que la batalla de la prevención está perdida. Comparto varias de las tesis de Rodrigo Córdoba, pero no todas. Especialmente una: que haya que limitar la presencia del tabaco en ámbitos de creación. Y me da igual que Sylvester Stallone, como asegura él en un artículo, cobrara un salario millonario por garantizar que aparecería fumando en no sé cuántas películas; especialmente, porque por mucho que nos guste crepuscularmente Rocky, el cine no es Sylvester Stallone.

Que el tabaco asesina lo sabemos todos. Que el alcohol mata también. Como muchas otras cosas. Sin embargo, me preocupan los rumbos que va tomando nuestra vida social. Yo dejé de fumar hace cuatro o cinco años, y soy ex fumador, entonces; pero no un talibán, y creo que debería haber locales para fumadores. Es cierto que las sanciones, ciertamente duras, pueden complementar muy eficazmente unas adecuadas actuaciones de prevención, sobre todo pensando en los niños. Hasta ahí comparto las bienintencionadas tesis de Córdoba García; pero, extender esta medida al ámbito de la escena, del teatro y del cine, y por ende también de la literatura, me parece un extremo que abandona su bondad inicial para hundirse en el más bonancible fanatismo. Porque, siguiendo el mismo razonamiento: si es repudiable la promoción del tabaco en una nueva película, también lo es en otra más antigua y habría que revisar nuestro gran cine.

¿Queremos un cine feliz, y además que la gente no aprenda a tomar decisiones por sí misma? ¿Vamos a negar la realidad del mundo, de la vida y la droga, del tabaco, el alcohol, el deseo y la muerte? ¿Vamos a ocultar nuestra condición humana, para que nadie corra el riesgo de vivir? Ni la literatura es eso, ni la vida tampoco.

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