Para Néstor Lombardi (Sr. y Jr.)
El cronista invisible multiplica una evocación convertida en relato. Ayer no pude ir al Café Libertad, para escuchar al poeta Néstor Lombardi, rodeado de amigos, en su Abrazo Argeñol, esa unión risueña de poetas y músicos argentinos y españoles que se hizo posible en un timbrazo telefónico, cuando Rodolfo Serrano llamó a Néstor Lombardi, de 87 años, a su casa en La Plata, para decirle que toda la tertulia de los viernes de La Latina y alrededores estarían encantados de escucharle si cruzaba el océano en el vuelo de la celebración, que diría Claudio Rodríguez. Néstor Lombardi es padre de Néstor Lombardi Jr., un amigo que crece en el recuerdo de no demasiadas conversaciones, pero sí las precisas en su estricta verdad de la palabra justa, con una emoción pura. No es hombre Néstor Jr. de retóricas vanas, pero no da puntada sin el hilo certero de un segundo plano. Quizá algo de esto se ofrece también en la poesía del padre, que yo pude leer en un libro editado en Argentina que Néstor Jr. me regaló, hace ya varios años, cuando aún bebíamos dry martinis en mi refugio de Puerta de Toledo: la agudeza pulcra de un humor compañero, como antesala verbal de una hondura humana.
Ayer se llenó el Libertad 8, en parte, gracias a una gran combinación: con el dúo poético-periodístico-pictórico Rodolfo Serrano y Jerónimo Salinero como maestros de ceremonias, Néstor Lombardi ya no se bajó del escenario, intacto junto al piano, ese mismo piano que ha visto pasar, en las últimas décadas, a centenares de muchachos que habían soñado antes por poder llenar ese escenario, armados de guitarras y poemas, de canciones aladas en el aire posible. Con Néstor sobre la tarima, fueron desfilando los estupendos hermanos Andión, Jon –poeta: que nadie se pierda su maravilloso Soñar, libro también de varias lecturas, con distintos niveles encontrados-, e Íñigo -cantautor, con sus propios temas, de una frescura plástica que tiene esa gracia del lenguaje convertido en guiño hacia lo íntimo-; también otros poetas, como la joven y muy prometedora Saray Alonso, o cantautores habituales del circuito, bien conocidos por el público madrileño, como Diego Ojeda y Manuel Cuesta. Así, acompañado de su hijos, nietos, amigos y esas gentes diversas, estimulantes, noctámbulas, que pueblan a menudo el Libertad, Néstor Lombardi acabó compartiendo escenario con Ismael Serrano, el hijo de Rodolfo, como urdidores de una noche mágica en su mimbre de unión de corrientes oceánicas, de canciones y aplausos, con esa poesía honda, y a la vez divertida, de Néstor Lombardi, como el testimonio de una vida y también de verdad convertida en presencia.
Pero antes, apenas una semana, también yo pude estar con Néstor Lombardi, Néstor Jr., su nieto, con su novia, y Rodolfo Serrano. Fue en El Naviego, donde suceden milagros más allá del fuego literario de la librería Méndez. Hablamos de poesía, de Patxi Andión, de mujeres y fútbol, de viajes y regresos, de vidas encontradas al final de un sueño que se mece en la conciencia de las copas pendientes. Así vivimos: en continuo tránsito, con una despedida interminable, pero también haciendo del encuentro, al llegar a Barajas, un abrazo sorpresa en los muchachos que nos ayudarán con las maletas. Esta vida tiene sus silencios al dejar un país, al cruzar tantos mares para poder brindar en El Naviego. Pero luego restallan los milagros, como que el viejo-joven poeta Néstor Lombardi, miembro reciente de nuestra brigada del sombrero, venga de La Plata a para beber cerveza con nosotros, antes de llenar el Café Libertad un miércoles de invierno, con su humor silencioso, su lenguaje amistoso y su veracidad. Gran farra.
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