Reconocer a Alberto Ballesteros

22/12/2014

Joaquín Pérez Azaústre.

Hay que reconocer a Alberto Ballesteros, distinguir el perfil de su fotografía con el cuello elevado a lo Jacques Brel y las botas de Dylan caminando el espíritu. Algo hay de Cohen en la poesía quimérica y vital de Alberto Ballesteros, en su manera de fajarse en el tiempo de estudio sobre la realidad, en una percepción que se agiganta en el paso nublado entre ciudades cada vez más ausentes, más convertidas ya en su propia música y su ritmo, en su respiración. Alberto Ballesteros –www.albertoballesteros.com-, que acaba de inaugurar el crowfunding para su nuevo disco El mundo encima, sabe asimilar el tacto de la vida, como si las yemas de sus dedos tuvieran la memoria emocional de todo cuanto tocan, del aire más salino en su conversación endiablada y ligera, con una densidad que se compensa en el humo y la risa, que escribiría Sabina Con la frente marchita. Este cantautor es el mapa urbano de sus últimos viajes: Sheffield, primero, pero también Berlín y, sobre todo, este Madrid que amamos en su fiebre de cañas en las barras mundanas, con el pulso agitado si la calle reclama, al incendiarse, un pedazo de ti. Alberto es el fulgor de ese pedazo, esa congestión en la postura que despliega la fuerza natural del asombro dentro del Libertad, cuando se sienta y arma la guitarra como un puente invisible a un lado incierto, de largas carreteras a través del desierto.

Tengo amigos que están en contra del crowfunding, porque quizá se ha padecido un cierto abuso. A mí me parece un excelente sistema, siempre que se pueda valorar la calidad de aquello que vas a financiar. Si alguien quiere conocer el tono de El mundo encima, este último disco de Alberto Ballesteros, sólo tiene que entrar en su web y escuchar No nos van a reconocer, su primer tema. Detrás de Alberto hay una finura en el registro, en su almacenamiento de poemas, de barrios, de bares y de noches de alambiques felices, de tormentas al filo de la acera encriptada. Desde que lo conozco, aunque siempre tengamos el blues, aprecio en él un hilo común con los cantautores clásicos –en España, la generación de Joan Manuel Serrat, Patxi Andión, Pablo Guerrero, Luis Eduardo Aute, Paco Ibáñez o Víctor Manuel-, esa asimilación del Siglo de Oro, de Góngora y Quevedo, pero también del 27, de toda la maleza de poetas y novelistas que hacen la tradición de la palabra, reconvertida en música, y que se vuelve imprescindible como munición musical. Esa destilación de la palabra poética ahora la disfruto en Ángel Petisme, sobre todo, que es poeta total y hace verdadero lirismo musical, y también en Ismael Serrano y Marwan, que tienen el poema narrativo, íntimo y cercano, en el humo y la forma. A esta tradición pertenece también, de una forma más rockera, Alberto Ballesteros, con un ritmo frenético en sus composiciones y una gracia sonora despertada en las letras lúcidas, que doblegan al frío de un invierno abrasivo.

Les animo a regalarse el lujo de contribuir en su crowfunding, para la producción del disco de un autor tan nuevo como transversal por todo el material asimilado, por sus luces atávicas, por esas carreteras que llevan a tu nombre a través de la luz de un diciembre amarillo. Ser cantautor no es rimar unas letras y meter compromiso a pie de calzador, sino otra cosa: la palabra poética en la selva del mundo, o la corriente sanguínea de Alberto Ballesteros.

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