La poesía descalza de Jon Andión

08/04/2015

Joaquín Pérez Azaústre.

La poesía de Jon Andión se abisma en una línea de verticalidad. Lo vemos en su libro Soñar (Huerga y Fierro), como se afirma la cita introductoria de Jean Claude Carrière, “Salud a los precipicios”: porque es un precipicio de nitidez verbal, convertida en un deslumbramiento, la propuesta acabada de esta poesía íntima, progresivamente despojada de los abalorios que pudieran lastrar su afinamiento del vacío, una decantación hacia la expresión más destilada. Es un ejercicio de depuración, pero también de sinceridad voluntaria, de una intención ética convertida en lenguaje. Desde el primer poema comprendemos que, para el autor, el abismo es Ámbito, un espacio puro y descubierto en que desenvolverse con una nueva dimensión no ya de la sonoridad, sino de la palabra como dimensión moral: “Ámbito ser / de cristal”. O “la voluntad / de volar / tranquilo”. Efectivamente: el Ámbito es génesis de una nueva sustancia trascendente y volátil, en esa libertad íntima “del pensamiento imaginativo” o, dicho de otro modo, “La manera / de levantar los sueños”. Mientras los va elevando, con la oxigenación visual de una poesía en su vuelo cilíndrico, precipitada hacia el vacío que después toma impulso desde su propio ritmo interno, su inventiva verbal y sus hallazgos, para auparnos después a los lectores, Jon Andión nos fija los cimientos de una nueva poesía despojada y ligera, dirigida hacia la libertad estética. Su lenguaje emocional no parece leído en ninguna otra parte: es totalmente propio, decantado en su dicción sencilla y honda, hasta ese sustrato transparente y salado en el que flotamos al nadar, porque no es necesario bucear para ver, mientras también nosotros planeamos, caemos, respiramos, vivimos, con los pies descalzos y con las manos llenas, como el viejo Walt Whitman.

Desde la confesión, asistimos a un despojamiento apoyado en la originalidad de las asociaciones, los sólidos cimientos simbólicos de cada poema, que nos sacan de la casilla habitual de la lectura, de su estación tranquila, para resituarnos de cara a la expresión singular, sus matices callados, sus aristas. Si “La vida / le arrebata las zapatillas / al capitán de la baraja”, también nuestra lectura se desdobla en la imagen, mientras recomponemos los restos astillados de fragmentos verbales que el autor nos ofrece, con luminosidad o vacío, sabiendo de antemano que la composición final tendrá sus huecos mudos, sus silencios, esa geografía disociada en que también podemos, mediante nuestra propia lectura, recomponer otro significado. Escribe Jon Andión: “Siempre habrá algún loco / que intente reinventar / la arena en el papel, / la cadencia de un allegro / o la palabra de un vestido”. Poesía de la inventiva, poesía que se adelgaza, versos de trazo largo que de pronto se parten, se fracturan, se van descomponiendo en las palabras que nos llevan al signo de los vuelos inversos: el nuevo territorio de una eñe invertida, de una pesadilla que no es fatalidad, sino el descubrimiento de unas latitudes en el libre albedrío.

Como dice el poeta: “se reinventa / la pasión de los viejos cuadernos / por domar tigres / en el rojo de la sangre / y su memoria”. ¿Dónde acaba “el rojo de la sangre”? ¿Es posible “domar tigres” mientras se revisitan esos “viejos cuadernos”? Ahora sabemos que sí, gracias a esta expresión potente y muscular, cromática y volátil, de un pasado recién recuperado. Y podemos sentirlo, porque también el lector ha estado Vencido sobre la tierra oscura, citando un poema central. Pero esa tierra oscura se puede remontar, porque sabemos que hay “Hombres. / Y niños en sus grietas”, que nos miran desde los resquicios del otro lado oculto tras la fragilidad, mientras La jauría humana despierta del letargo cenital del silencio, sin llegar a lincharnos. Pero una vez descubierto el nuevo territorio del poema y la vida, podemos encontrarnos con una verdad incómoda: ¿y si esa verdad “fuera / un cataclismo?”. Tendríamos que revertir el sentido del vuelo o la caída, trastocar su lenguaje o dejarnos convencer por el sonido medular del caos, hasta recomponernos.

En la poesía de Jon Andión asistimos a un descubrimiento personal: el de un sujeto poético reconvertido en voz colectiva y sutil, a través de una estratificación en el espacio de la voz metafórica, mediante unas imágenes sencillas que van ganando volumen en la respiración de la lectura, pero también en la propia melodía fonética de las palabras como objetos sonoros, sosteniendo su ritmo, alzándolo y rompiéndolo, en una integración encadenada, de creciente espiral, que es una producción musical en sí misma.

Y además de la música, tenemos la pintura. Así, en el poema dedicado a Marc Chagall leemos que “La porcelana / ríe / nerviosa. / (Algo / con forma de pájaro / vigila un desnudo rojo)”. ¿Es posible concretar más, definir con más acierto esa sensación de extrañeza infantil de la pasividad, en la contemplación de una hermosura ajena, que quizá no comprendemos y queremos tocar? No es “La porcelana” la que “ríe / nerviosa”, sino nosotros mismos, cuando la sujetamos entre los dedos inseguros, pero también recelosos ante la tentación de dejarla caer, o volar, “con forma de pájaro”, sí, ante el “desnudo rojo” de nuestra intimidad, en ese abismo interno al que asomamos nuestros verdaderos deseos.

Al final, el poeta nos mira en El acecho, donde “Se deshacen los gestos / del calor tumbado”, hacia la conciencia de unos sueños con su signo invertido, con su casaca a cuestas en el torso brillante de la escritura lúcida, cincelada a buril. Escribir es la forma de brindar por la vida, de atisbar sus matices, en el eco pausado del cristal con su media combinación sin estaciones, que es también despertar ante una vida nueva. Jon Andión nos ofrece su pulso imaginario, su temblor de auténtica poesía, soñando con los pies descalzos y flotantes, para alcanzar “la marca / y sostenerse erguido” sobre la plenitud.

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