Dice, y hace muy bien, el Libro de la Sabiduría: “Dios te libre de la hora de las alabanzas”. Y más en un país tan cainita como España, del que sólo se habla bien de uno cuando se va o cuando se muere.
En el Diccionario de la Real Academia, rabadán (que viene de un término árabe que indica que es «el dueño de los carneros») tiene dos acepciones. La primera, “mayoral que cuida y gobierna todos los hatos de ganado de una cabaña, y manda a los zagales y pastores”. La segunda, “pastor que gobierna uno o más hatos de ganado, a las órdenes del mayoral de una cabaña”.
Las dos acepciones retratan a Rabadán, Mariano, presidente de Inverco, la Asociación de Instituciones de Inversión Colectiva, que lo deja después de la friolera de 33 años (aunque seguirá vinculado como presidente de la Fundación). Su gestión como pastor o mayoral de la inversión colectiva en España, con sus sombras pero también con sus innegables luces, está ahí. Y es que 33 años dan para mucho, incluso para críticas sin duda justificadas, pero también para merecidos elogios.
Pero en la hora de las alabanzas (la otra espero que le llegue lo más tarde posible, que 81 años no son nada) hay que reconocer que la inversión colectiva en España le debe todo, o casi todo, a Mariano Rabadán.
Yo lo conocí en 1986, cuando Rabadán estaba en el Grupo March y yo era un becario en el semanario económico Dinero. Tras los innumerables contactos que he tenido a lo largo de estos 29 años, lo que más retrata a Rabadán es que, allí donde estuviera, su despacho siempre era el mismo. Cuando dejó la gestión en una entidad para volcarse en Inverco, se llevó su despacho a cuestas a la asociación. Genio y figura.
No es el momento de hacer balance de la gestión de Rabadán al frente de Inverco porque falta perspectiva histórica y, entre otros motivos, porque uno no puede ser objetivo (si es que eso es posible en algún momento) cuando andan de por medio la admiración (que no está reñida con la dialéctica ni con la crítica, que ambos hemos mantenido siempre en nuestra relación profesional, él como presidente de una asociación en la que convivían muchos y diferentes intereses, algunos contrapuestos, yo como periodista financiero) y la amistad (si cabe entre dos personas que están separadas por 30 años y que están en bandos diferentes de la realidad económica), cuando no el respeto a su figura, aunque sea entrañable.
Pero sí es el momento de reconocer aciertos y errores. Entre los últimos, posiblemente Mariano Rabadán haya pecado de no saber encontrar el mejor momento para irse, aunque también hay que reconocer que algunas críticas, no siempre del todo justas, han conseguido lo contrario: cuando unos le enseñaban la puerta, él se aferraba al sillón donde se sentaba desde hace nada menos que 33 años. De nuevo, genio y figura.
Rabadán ha hecho honor a lo que significa su apellido. Ha sido un buen pastor de la inversión colectiva en España. Cuando yo empecé en esto del periodismo económico, los fondos de inversión se podían contar casi con los dedos de la mano. Entonces sólo había los Fiamm, los fondos de dinero, y poco más. En nuestro primer encuentro, Rabadán me explicaba un fondo internacional que lanzaba Gestemarch, y eso casi sonaba a extraterrestre en esa España subdesarrollada en la inversión colectiva. Ahora, 33 años después, la inversión colectiva es un jugador relevante en la economía española, aunque no todavía lo suficiente ni lo necesario. Y eso es mérito, entre otros, de Mariano Rabadán.
Pero además de ser un buen pastor de la inversión colectiva en España, Mariano Rabadán ha sabido como pocos ‘pastorear’ a los periodistas. Yo le agradezco que en los 29 años que hemos caminado juntos por el mundo de la información económica siempre ha estado ahí, en los buenos momentos (cuando es muy fácil ponerse al teléfono) y sobre todo en los malos, que los ha habido y muchos, algunos ciertamente complicados, en los que el aparato quema como el infierno y nadie quiere meterse en más líos.
Rabadán contestaba, explicaba, polemizaba, argumentaba, pontificaba, gritaba, se quejaba, batallaba, discutía titulares y enfoques de la noticia, desmentía, confirmaba, hasta daba exclusivas (seguramente menos de las que le hubiera gustado pero más de las que esperaba el periodista antes de ir a verle), cambiaba hábilmente de asunto cuando la cuestión se ponía peliaguda, o callaba. Pero nunca daba la espantá, como los malos toreros y los directivos cobardes, que sólo atienden al periodista si es para dar buenas noticias.
Mariano Rabadán siempre daba la cara, aunque supiera que algunas veces iban a partírsela. Recuerdo algunas polémicas con secretarios de Estado o ministros de Hacienda que daban mucho juego a los periodistas, porque siempre entraba al trapo y además de buena fe, lo que no sucedía en todos los casos con el político de turno. Y él nunca escurría el bulto.
Conclusión: Mariano Rabadán ha sido una inversión a largo plazo, porque 33 años dan mucho de sí sobre todo si se examina con objetividad el punto de partida, muy rentable para las instituciones colectivas y también para España.
Ahora Ángel Martínez-Aldama debe hacer de rabadán de la inversión colectiva, demostrar que es un buen pastor que apacienta su rebaño. ¡Ojalá le vaya al menos tan bien como a su antecesor!
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