Tras casi ocho años de crisis económica, la que tuvo su origen -una vez más- en la burbuja inmobiliaria engordada por las hipotecas basura y macrocréditos (sin paracaídas) concedidos a grandes constructoras, la construcción comienza a recuperar velocidad.
En 2014 ya empezaron a escucharse los primeros datos positivos y en 2015 se consolida y comienzan a subir los porcentajes: se venden más viviendas, se conceden más créditos y los precios han dejado de caer, estabilizándose primero, y comenzando a crecer (sin grandes alharacas), y creando empleo. ¿Les suena?
Ya no hay sonrojo por lo que pasó. Los portales inmobiliarios reconocen abiertamente que el mercado ha empezado a normalizarse, avalados por los datos del INE, que apunta un crecimiento del 15,5% en la compraventa de viviendas hasta febrero pasado. Pero como todavía la gente lo está pasando mal, como sigue habiendo desahucios, como comienza a extenderse la dacción en pago y como siguen apareciendo casos de corrupción en los que el sector está por medio, los expertos llaman a la «prudencia» porque el sector está saliendo del pozo desinflado, y en porcentajes hasta febrero poco llamativos.
Mucho me temo que vamos a volver a lo de siempre hasta que llegue la siguiente crisis. No parece que hayamos aprendido mucho. Nos habían hablado del cambio del modelo productivo, pero nuestros gobernantes siguen apostando por el camino fácil. Prefieren la España del turismo y la construcción. Vamos, lo que da muchos más beneficios y más rápidos. Nuestro país será un país de servicios, porque reindustrializar un país requiere de mucha inversión, tiempo y personal cualificado. Y esos tres factores unidos requieren tener paciencia para ver sus frutos, que pueden ser mucho más grandes, aunque no tan rápidos.
A los políticos se les llena la boca al hablar de I+D+i y a algunos hasta se les saltan las lágrimas cuando apelan a la calidad de los productos españoles y la necesidad de reindustrializar de nuevo España. Pero son sólo palabras. Los presupuestos tanto públicos como privados desmienten que las inversiones vayan a cambiar los ladrillos (aunque sean desinflados) por avanzadas y modernas líneas de producción, por tecnología punta y descubrimientos tecnologícos de última generación.
¿Cómo vamos a convertir a España en un referente tecnológico cuando hasta dejamos y alentamos a que salgan nuestros investigadores más laureados? A partir de ahora, que llegan las promesas electorales por todos los frentes, nos vamos hasta aburrir de escuchar propuestas en este sentido. La última invención: convertirnos en una Silicon Valley.
Con reindustrializar España de una forma coherente y ordenada ya nos podríamos dar con un canto en los dientes. Hace falta voluntad, valentía, inversión, capacidad y decisión. Hay que ir cambiando poco a poco la cultura del dinero rápido y fácil por una apuesta de futuro, optar por ser una potencia industrial y tecnológica o turística. Saber combinar todos los sectores económicos que son pesos pesados en la riqueza del país, apostando (invirtiendo) primero por los más débiles en estos momentos. O eso, o vuelta a empezar hasta la nueva burbuja.
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