Inyección de felicidad

15/03/2011

diarioabierto.es.

Estos días está lloviendo mucho. Yo diría que demasiado, aunque hacía falta. Entre el terremoto en Japón y el Tsunami, apenas nos ha quedado tiempo para pensar. Yo miraba estos días los periódicos y sentía escalofríos reales. Desastres naturales, vale, pero ¿por qué?. No tenemos bastante con lo que tenemos como para que la tierra se mueva bajo nuestros pies y nos traiga tanta tragedia y tanta muerte. Porque aunque a nosotros, aquí en España, no nos afecte directamente lo ocurrido en Japón, quiero decir, que no nos afecta a nivel personal, ya que nosotros vamos a seguir teniendo nuestros pies secos cada noche, y la comida caliente sobre la mesa, y nuestras casas intactas, pero ¿y ellos?. Ellos no. A mí me duelen estas tragedias porque puedo cerrar los ojos y ponerme en la posición de esas personas, de ese país. Y me duele.

He titulado este artículo, inyección de felicidad. Creo que es lo que necesitamos estos días para sobrevivir. El otro día veía a una mujer bebiendo un café caliente: una mujer abrazada a una taza de café, rodeada de bolsas, en un banco. Atrincherada por sus únicas pertenencias. Esas bolsas es todo lo que tiene. Qué pena, ¿verdad?. Estas personas, a veces, parecen ser invisibles a los ojos del resto del mundo, pero yo la veía. Nadie mas la miraba. Porque alguna gente está ciega o llevan una venda puesta que no les deja ver ese tipo de problema y dolor.

Empezaba a llover y la mujer miraba al cielo. A su alrededor la gente abría paraguas. Y yo seguí hacía delante pensando en esa mujer, en que se la veía feliz con el café caliente entre las manos y la certeza de que llovería.

Necesitamos una inyección de felicidad que nos resguarde de los días tristes. Una vacuna de felicidad urgente. Hay inyecciones con forma de caricias, de palabras y de dinero. Esta última muy necesaria, pero la mas importante, al menos para mí, es la inyección del amor. Todos necesitamos amor. No es extraño que diga esto, si te detienes a pensar. Todos deseamos unos brazos llenos de abrazos al llegar a casa. Esa comprensión acompañada de sonrisas y amor, que nos haga finalizar el día felices, sintiéndonos queridos. Alguien que nos quite el frío y la soledad con tan solo mirarnos. Eso existe, os lo aseguro.

Seguirá la vida. Los periódicos siempre tendrán algo que contar. Los muertos seguirán muertos. Y los vivos seguiremos luchando por vivir. El tiempo, este frío y esta lluvia, logrará resguardarnos, tapar nuestros cuellos con abrigos y bufandas y caminar bajo paraguas sin levantar la vista al mundo. Pero siempre, siempre, existe ese charco de lluvia, ese coche que va a más velocidad y pisa el charco y te empapa los pantalones y tú… y tú quieres gritarle «sinvergüenza» en mitad de la calle. Porque llegas tarde a la oficina y con los pantalones chorreando y hace frío y tienes calados los calcetines. Pequeñas anécdotas de la vida, que le pueden suceder a cualquier persona, sea cual sea, sienta como sienta, piense como piense.

Necesitamos para estos días, unas inyecciones de felicidad. Tendremos que acudir a nuestro especialista recomendado, a ese amigo que siempre nos escucha, a nuestra familia o a esa persona que nos hace el estomago efervescente y nos provoca cosquillas. Y pedir que nos extienda una receta para adquirir una inyección de felicidad. Lo que pasa que luego, tendremos que buscarnos las venas. No sabremos en cual pinchar. Porque a veces las venas están tan enredadas como la vida misma. Y tal vez requiera de varios pinchazos. Y nos saldrá sangre, y tal vez nos duela. Sin embargo terminaremos encontrando la vena exacta, ese punto donde inyectarnos la aguja perfecta y mezclar la felicidad con la sangre.

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