Los direcciones de la Europa comunitaria daban lecciones a los griegos, como una madre les decía lo que tenían que hacer, lo que tenían que votar, cómo habían de administrar su riqueza… Mientras los “poderosos” hacían su particular campaña de amenazas que sólo llegaba indirectamente a los griegos sus encuestas de opinión auguraban un resultado de empate que hacía difícil pronosticar quien ganaría por la mínima la consulta.
Y los griegos se rebelaron contra una Europa que –junto con una gran corrupción de su clase política helena y sus factótums económicos- les está llevando a la miseria. Y encima los dirigentes de las diferentes instituciones europeas se han dedicado durante todo el proceso negociador que culminó el pasado domingo a humillar a los helenos. La conclusión fue contundente: más del sesenta por ciento de los griegos se decantaron por el “oxi” mientras que los partidarios del “sí” no llegaron al cuarenta por ciento. Con ello dejaron con las posaderas al aire a todos los que auguraban la victoria de los que propugnaban que los griegos se bajaran los pantalones una vez más.
Es evidente que Grecia está en una situación delicada, pero quien debe asegurarse cobrar la deuda sería, en caso de impago, los prestamistas. Estos han jugado muy fuerte y con su actitud pueden acabar con el juguete del sueño europeo. Los británicos se plantean si abandonan el club mientras crecen los euroescépticos al mismo tiempo que decrece la solidaridad. Paralelamente los gobiernos de los diferentes países se resisten en ceder competencias a Bruselas para lograr la unidad política.
Qué lejos queda la promesa que los dirigentes europeos sellaron en Maastricht en febrero del 92 cuando tras diseñar la unión monetaria que estructuraba la economía comunitaria aseguraron que el próximo paso era construir la Europa social. Hoy de ello nadie se acuerda y los poderosos, los gobiernos de los países ricos, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Central Europeo pretenden hacer leña del árbol caído y se sorprenden no de su ceguera al pronosticar el resultado si no de que los ciudadanos griegos no sólo se rebelen si no que cuestionen la actual estructura europea y reclamen una profunda reformulación.
Bruselas tiene un problema. Las propuestas de los ciudadanos griegos pueden ser asumidas por ciudadanos de muchos otros países y su negocio se tambalea. Los ciudadanos de los países más desfavorecidos también tienen dignidad. Pero es evidente que esta lectura de la situación es políticamente incorrecta.
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