Los ojos del cine

25/03/2011

diarioabierto.es.

Era mucho más grande que la vida. Lo sabemos ahora, cuando ya no tenemos esos ojos violetas para bucear en silencio en su océano sereno. Ha sido todos sus personajes, y también ella misma, como su mayor creación, desmedida y tremenda, de una gran belleza sensual que ha excedido el canon de cualquier belleza sensual, porque era una estrella en un sentido del término que, seguramente, también ha muerto con ella.

Quizá fue en Ivanhoe, interpretando a la judía Rebecca de York, con la melena oscura refulgente y la mirada pura de inocencia, cuando la carnosidad de su presencia alcanzó su limpieza cenital: la de una virgen avocada al patíbulo por no haberse entregado al despechado templario George Sanders, aunque luego sería salvada por el caballero sajón, favorito de Ricardo Plantagenet, Sir Ivanhoe/Robert Taylor. Era 1952. Dos años después –y con varias películas ya en su filmografía- vendría La última vez que vi París, un melodrama hermoso, doliente y elegante, basado en el relato Regreso a Babilonia, de Scott Fitzgerald –que era también, en su literatura y en su vida, tan hermoso como doliente y elegante-, dando vida a una mujer enamorada de su joven marido novelista, con ese virtuosismo natural para dotar al mundo de alegría. Hay una gran ternura en esa lluvia fina golpeando la puerta cuando ella decide no caer en los brazos de su joven pretendiente –el futuro Santo y Bond, Roger Moore-, y volver a su casa. Pero su marido dormita en medio de una enorme borrachera y la puerta está cerrada por dentro. Ella llama, quiere de nuevo entrar para abrazarle, se acabó esa vida disipada, deben regresar al cariño sencillo; sin embargo, la puerta no se abrirá mientras la lluvia sigue golpeando su frágil corazón, y ella morirá luego de una pulmonía.

Vendría después Gigante, y su gran amistad con el gigante Rock Hudson, que sólo a partir de entonces llegó a tomarse en serio como actor. También El árbol de la vida, donde encarnaba –y nunca mejor dicho- a una mujer sureña arrastrada a un infierno de incendios interiores, grandes pesadillas infantiles y un final en aguas pantanosas. Nadie como ella pudo ser La gata sobre el tejado de zinc caliente, ni salir de una alfombra enrollada ante el César con apenas un manto transparente. Activista eterna contra el Sida, tras la muerte de Hudson, sus ojos siguen siendo los del cine.

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