Hace muy poco tiempo la sociedad española pensaba mayoritariamente que el fin del terrorismo etarra estaba próximo. La unidad de las fuerzas democráticas, los sucesivos éxitos policiales, el desapego social de los vascos hacia la violencia, la creciente debilidad de ETA, los intentos – yo pienso que bienintencionados – de la izquierda abertzale por superar el lenguaje de las armas y retomar las vías políticas de acción… alentaban la esperanza de poder conseguir en un tiempo no muy largo la erradicación del terrorismo.

Pero ha bastado la publicación y difusión de las actas que los negociadores de Eta   supuestamente levantaron de sus reuniones  con los interlocutores del Gobierno para que todo salte por los aires. No se duda ni cuestiona la veracidad de sus contenidos, ni se contrastan éstos con la realidad de los acontecimientos, ni se tiene en cuenta que en negociaciones tan delicadas y complejas como esa es una temeridad descubrir las cartas a las  primeras de cambio, etc.  Por el contrario, se las dan por buenas sin mayores análisis y se excitan las ansias partidistas y partidarias: ¿cómo desaprovechar la ocasión para desgastar al adversario?, ¿cómo perder la oportunidad en una materia tan sensible como es el terrorismo?

Y, por un puñado de votos, hacemos un viaje al pasado y corremos el riesgo de reeditar aquellos tiempos en los que los estrategas etarras se frotaban las manos de felicidad ante la desunión y las continúas polémicas entre los partidos democráticos, que inconscientemente se dejaban manejar y manipular por declaraciones, comunicados o acciones de diversa intensidad de la banda terrorista, que marcaba la agenda del debate político y de las confrontaciones entre los dos grandes partidos.

Tras el atentado de la T4, la situación parecía haberse recompuesto, el enemigo común eras los terroristas y frente a ellos había que actuar unidos, actuando tanto en el ámbito policial y judicial como el en el social, estrechando sus márgenes de acción y de iniciativa. Y, como todos sabemos, por ese camino se habían logrado avances importantes.

Casualmente, las actas de las reuniones elaboradas por ETA se conocen en vísperas electorales; en pleno debate sobre la continuidad del Presidente del Gobierno, cuando el Ministro del Interior, responsable de la lucha antiterrorista, es, al decir de algunos, un firme candidato a la sucesión… En fin, demasiado para, sin pensarlo, tomar la vía fácil de volver hacer de Eta y el terrorismo el gran tema de debate en España.

Pero resulta decepcionante comprobar una vez más la escasa generosidad, la estrechez de miras de una clase política que todo lo ve, analiza y gestiona desde la óptica partidista y que rara vez piensa y actúa en clave de Estado.