Vives con miedo a quedarte en paro. A que tu pareja te deje de querer. A morirte cualquier día, o que mueran tus familiares o amigos. A no poder pagar las facturas. A un día encontrarte triste y solo. A envejecer (solo). Tienes miedo a la edad. A fracasar en tu trabajo. A que te miren mal. A que se muera tu mascota. Vives con miedo a la soledad, a que no te entiendan, a no encontrar amigos donde antes los había, a las mentiras, a que te partan el corazón (a no encontrar sus pedazos).

Vives con miedo a salir a la calle. A que te roben el coche. A que te roben el bolso o la cartera. A que te roben los sueños con un puñado de palabras. A que te roben a tu amor, a que alguien le suspire en el oído, a que te diga: bueno, lo siento, te quiero pero se acabó. Vives con miedo a cagarla. Con miedo a no saber qué hacer. Vives con miedo a los números rojos, a las deudas y embargos, al fin de mes.

Vives, pero en realidad no vives. Sufres. Sufres por todo. Por ella, por él, por tu jefe, por tu jefa, por tus amigos, por tu familia. Y sufres por ti porque no quieres sufrir, sin embargo sufres y un día lo que crees que son fracasos agrietarán tu cara, tarde o temprano, porque vivir es eso, crecer y envejecer poco a poco. Pero envejecerás antes de tiempo porque las preocupaciones nos afean (nos agrietan).

Y tus sufrimientos te causarán miedos e inseguridades que te alejarán de la gente. Y ese sufrimiento solo habrá servido para perder, en vez de para ganar. Tu jefe o tu jefa tarde o temprano te terminará despidiendo, porque nada es eterno, y habrás sufrido todo el tiempo para llegar al mismo final. El dinero llegará y de la misma manera se irá, porque el dinero, como todo, no es para siempre. Morirte te vas a morir algún día, naces para vivir y morir. A todos nos llega la hora, pero mientras llega tú habrás estado sufriendo y habrás desaprovechado toda tu vida.

En fin, que nos pasamos la vida sufriendo, cuando deberíamos de dedicarnos a disfrutar de lo que tenemos (sea poco, o mucho). Si te detienes a pensar, en realidad, solo te dedicas a vivir y a dejar de sufrir intensamente, en ese breve instante, al borde de la muerte de alguna enfermedad (por ejemplo). Cuando te das cuenta de que nada era tan importante como la propia vida. Pero ya es tarde.

Y entonces solo vivirás intensamente esos instantes previos a la muerte, lo suficiente como para darte cuenta de todo el tiempo feliz que has perdido.