Debe ser esta campaña que todo lo empaña pero ver a Gallardón alertar sobre el peligro de los rojos sonroja como no podía ser de otra manera. A veces puede más el auditorio que las convicciones y eso de verse rodeado por los suyos, que eso sí que es arriesgado y no un bolchevique de Usera con la camiseta del Ché, le ha arrastrado a la virulencia y al alarmismo. Sin duda, puede que no sean tiempos para la lírica pero sí para el meritoriaje. No sólo considera izquierda al actual partido socialista, que eso sí que es imaginar y no lo de Lennon, sino que detrás de ese líder revolucionario en funciones que es Zapatero ─como puede testificar Botín a quien le nacionalizó hasta los bancos del porche de su chalet─ se esconden las incendiarias intenciones de IU.

Un bipartito muy capaz de asaltar el Palacio de Cibeles ya sea en invierno o en pleno verano porque estas gentes, lo que se dice miramientos, no tienen ninguno. No debe ser fácil ir de moderno cuando visitas un puente de diseño y que tengas que diseñar tú mismo un discurso rancio para demostrar a la clá que, cuando uno se pone, puede ser tan versátil como para ser alcalde o tertuliano de Intereconomía. Y, francamente, don Alberto desafina en ese papel tanto o más que Manzano cuando perpetraba su villancico en la Plaza Mayor.

Uno puede alcanzar a entender las esclavitudes de la política interna de los partidos, lo que cuesta mucho más es asimilar una satanización del adversario que ni él mismo se cree con el objeto de hacer creer a otros que es uno de los suyos aunque muchas veces no lo parezca. Y ese es el error que él mismo se ha cuidado mucho de nutrir para buscar la distancia en la rivalidad personal con Aguirre cuando, en su política, sí son los hermanos que dicen ser cuando delante hay cámaras y detrás puñales. Son, de manera tan legítima como incuestionable, de derechas. Y eso no hace falta reafirmarlo con soflamas cuando, por ejemplo, se deja en manos privadas hasta el aire que uno respira.

Como tampoco parece de recibo, con más de treinta años de democracia, aludir a esos ‘programas ocultos’, que también son muy del agrado del partido socialista, como si en vez de unas elecciones democráticas nos halláramos ante un programa especial de Iker Jiménez. Gallardón sabe, por no ir muy lejos de Madrid, que en las localidades en las que hay gobiernos de izquierda a los niños se les trata de buscar plaza en una escuela infantil antes de comérselos. Que, con mayor voluntad que acierto en muchas ocasiones, se intenta mejorar la vida de los vecinos y que ellos son en las urnas quienes dictan las sentencias sin necesidad de que nadie les meta más miedos en el cuerpo. Bastante tienen con el de no poder pagar sus hipotecas.