El puñetazo que un ‘airado’ menor de edad sacudió al Presidente del Gobierno, tiene relevancia por el tiempo y el lugar en que se produce. El cálculo de los cómplices maquinadores, el efecto simpático de la agresión y los efectos secundarios resultan significativos a escasos días de la apertura de las urnas.
La casualidad, o no, hizo que fuera en Pontevedra, donde transcurrió una parte nuclear de la vida del presidente: el estudio de las oposiciones a registrador de la propiedad, los primeros bailes en las puestas de largo del Casino, el cortejo a la madre de sus hijos. En suma, recuerdos familiares atesorados en una ciudad en la que viven sus amigos de siempre y de cuya Diputación llegó a ser Presidente.
Ya había anochecido cuando, en las inmediaciones de La Peregrina y delante de un Herbolario, el aventajado aprendiz de delincuente descargó su golpe sin reservarse energía alguna puesto que tampoco pareció importarle si provocaría una avería al candidato. Hay que confiar en que la agresión no deje ninguna secuela.
En tiempo de campaña electoral; cuando se baja la guardia, los políticos acceden a hacerse fotos con todo quisqui y la escolta no puede contener un desbordamiento por otro lado consentido; aparece en escena el cobarde, que, acomodado a escasos centímetros, hace una foto, la cuelga en la red y, sin solución de continuidad, le propina a traición un golpe seco no lejos de la sien. Siempre habrá algún cretino clemente que diga que sólo le rompió las gafas.
Y es que los cómplices han sabido calcular quién debía ser el ejecutor de la machada -un menor fuera de la edad penal- dónde perpetrar la fechoría –precisamente, en la ciudad de sus memorias- y en qué momento -cuando las televisiones, empotradas en la caravana del candidato, talonan sus pasos, y dos días después del lamentable debate que -en ausencia de moderación- degeneró en una ringlera de insultos.
En la edad de facebook, las ‘hazañas bélicas’ de estos ignorantes desdentados, consiguen eco inmediato entre los conmilitones más fanáticos de la ‘Mocidade Granate’, que han jaleado al ‘héroe’ instantes antes de haber humillado al paisano, haciendo bueno hoy ese dicho tan español de no ser profeta en su tierra.
El puñetazo se reproduce con intensidad viral en un cosmos donde no faltarán imitadores dispuestos a emular la proeza. Lo podemos ver pronto, ahora que parece que ya ha pasado lo de arrojar los zapatos. Y como efecto derivado de un suceso que ha cogido desprevenido -sin poderse defender- a un hombre de sesenta años, se acabaron las selfies y los posados, los autógrafos y la entrega de cartas ‘a vida o muerte’, los apretones de manos y los besos al aire.
Este podría ser el balance de urgencia de la gesta de un rapaz malcriado que no dudó en decir después de ser detenido que estaba «muy contento» con lo que había hecho, hasta el punto de levantar los pulgares recalcando su satisfacción. Una performance que, a falta de gargulina, le puede salir barata, por ser menor.
Rajoy podía esperar una mejora de sus resultados con una intensa campaña boca a boca, pero el uppercut que le arreó el niñato ha producido rabia en quienes no le pensaban votar.
Días antes de que Viri no le acompañara, a la americana, al desgraciado debate con Sánchez, ya había dado una prueba de autoridad: ‘Oiga, pero si yo soy de Pontevedra’.
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