Mi nombre es Jonas, tengo 46 años y provengo de una pequeña ciudad de Lituania cerca de la frontera con Polonia. Es difícil encontrar trabajo en mi país y cuando lo logras la remuneración es muy baja. Tenía una deuda a causa de los gastos médicos que tuve que afrontar para uno de mis hijos. El dinero escaseaba.
Un día, se acercó a mí un hombre llamado Mindaugas, me dijo que podía encontrarme un trabajo en el Reino Unido que ganaría más en una semana de lo que recibiría en Lituania en un mes. Él me describió un panorama maravilloso y me dijo que allí tendría una buena vida. Dejar mi país fue una decisión difícil, estaba asustado, pero necesitaba dinero.
No podía pagar el viaje, pero él me dijo que podía devolverle el dinero del viaje y del alojamiento una vez que comenzase a trabajar. Tuve que confiar en él.
Junto a otros lituanos fuimos al Reino Unido en un furgón. Tardamos en llegar más de dos días. Cuando llegamos nos esperaba un hombre llamado Marijus quien nos llevó a una casa en la costa. Allí vivían muchas personas, hacinadas.
Me dijeron que encontrarían un trabajo para mí, que tenía que abrir una cuenta en el banco para que me depositaran el salario.
Atrapado
Les tomó un tiempo encontrarme un trabajo, me decían que tenía que ser paciente. No tenía comida y acumulaba deudas. Después de unas semanas me llevaron a una granja donde preparaban los pollos para los supermercados. No era un trabajo grato, era monótono pero estaba contento porque finalmente estaba trabajando por un sueldo decente.
Las primeras dos semanas me pagaron con cheques, no en mi cuenta bancaria. Tenía que ir a una tienda donde me lo cambiaban. Cobraban una comisión, por supuesto.

Ilustración por Olivia Newsome
Los hombres de Marijus me siguieron y tan pronto como recibí el dinero me obligaron a entregárselo. Estaba muy asustado y temía que si no hacía lo que me decían me darían una paliza y después me lo quitarían de todas maneras. Les di mi salario de la semana, cerca de 260 libras. Se quedaron con 220 libras y me dejaron 40 libras. “Para vivir”, me dijeron.
Además, añadieron que aún les debía 1.000 libras por el viaje hacia el Reino Unido, el alojamiento, la comida, etcétera. así que era mejor si me acostumbraba.
Me estaban cobrando cerca de 60 libras a la semana por una lugar en un cuarto compartido, durmiendo en el suelo junto a otros tres hombres. Me dijeron además que si no vivía en la casa que me adjudicaban perdería mi trabajo. ¡Estaba atrapado!
Después de unas semanas no aguantaba más. Me quitaban casi todo lo que ganaba. Estaba trabajando por nada. Esa no era la vida que me habían descrito.
En la casa, hablamos sobre qué podríamos hacer. Dos hombres sentían lo mismo que yo, de manera que decidimos arriesgarnos y escapar. Encontramos otro lugar donde vivir pero sabíamos que seguíamos en peligro porque Marijus nos estaba buscando.
De alguna manera averiguó mi número de teléfono, me llamó y me amenazó. Regresamos a la granja de pollos. Él tenía influencias allí y logró que nos pusieran turnos durante los cuales sus hombres podían vigilarnos.
Amenazas de muerte
Un día nos siguieron cuando regresábamos a la casa. Marijus y sus hombres entraron por la fuerza y me amenazaron. Buscaron entre mis pertenencias y encontraron lo que había quedado del dinero que había traído conmigo de mi país. Me lo quitaron y descubrieron los recibos de retiro de efectivo de una nueva cuenta bancaria que había abierto, se pusieron furiosos y me pidieron mi tarjeta de débito y mi pasaporte.
Rehusé, me pegaron y perdí el conocimiento. Revisaron la casa, encontraron mi tarjeta de débito pero no mi pasaporte, que había escondido en la funda de mi almohada. Les dije que lo había perdido, no quería entregarlo, sin mi pasaporte no tenía ninguna oportunidad de escapar.
Marijus me gritó: “No viniste a ganar y ahorrar dinero, sino a sobrevivir”. En otras palabras me estaba diciendo que no era más que un esclavo y que me habían llevado al Reino Unido para explotarme. Me dijo que si hablaba con alguien me harían desaparecer y que si intentaba regresar a Lituania ellos buscarían a mi familia y los matarían a todos.
Supuse que en la cuenta bancaria que había abierto a mi nombre estaban depositando dinero y sospeché que provenía de la prostitución y las drogas, la bloqueé. Cuando lo descubrieron, comenzaron a enviarme cartas con amenazas de muerte.
Rescatado
Un día una mujer me entrevistó en la fábrica, me dijo que era de la Autoridad de Autorización de Intermediarios. Ella explicó que estaban investigando si todos los trabajadores de la granja eran regulares y si recibían un salario y un trato adecuados. En ese momento, no le dije nada porque no sabía si podía confiar en ella, pero más tarde llamé y les conté todo. Ellos me hablaron del Mecanismo Nacional de Remisión para las víctimas de la trata (MNR). Entonces, comencé a comprender. No tenía idea hasta que me lo explicaron: ¡Yo, una víctima de la trata!
Ellos me explicaron que me habían llevado al Reino Unido para ser explotado. Me estaban obligando a trabajar. No controlaba mi vida. ¡Eso es la trata de personas!
Poco después, Marijus desapareció de la casa, pero yo vivía atemorizado de que un día regresase a buscarme.
El MNR me trasladó al noroeste de Inglaterra, lejos de la mirada, las amenazas y los puños de Marijus. Permanecí allí durante un par de meses y pensaba encontrar otro trabajo, uno con un sueldo digno, y ganar el dinero que me habían prometido al comienzo. Pero me rendí. No podía más. Quería regresar a mi hogar. Quería sentirme seguro.
Espero que encuentren a Marijus y a su pandilla y paguen por lo que hicieron. No son seres humanos. Quería dejar ese mundo y no sentirme así nunca más.
Protocolo contra la esclavitud
La esclavitud tiene raíces antiguas en la historia pero aún existe de muchas formas diferentes. Algunas estimaciones cifran en más de 21 millones el número de mujeres, hombres y niños que viven en condiciones de esclavitud, es decir, 3 de cada 1.000 personas en el mundo, según la Estimación Mundial sobre el trabajo forzoso para 2012. La trata de seres humanos, la servidumbre por deudas y el trabajo doméstico forzoso son sólo algunos ejemplos, afirma la Organización Internacional del Trabajo (OIT), que reclama un esfuerzo coordinado de Gobiernos y activistas para poner fin a la esclavitud moderna, a través de su ‘Protocolo sobre el trabajo forzoso de la OIT’.
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