Rajoy e Iglesias, el tapón del centro-izquierda

02/03/2016

Luis Díez.

Antonio Ruiz, Azorín, que fue cronista parlamentario, sabía mucho del pensamiento ardilla, pero ante el debate de la investidura de Pedro Sánchez Pérez-Castejón como presidente del Gobierno, cuyo definitivo desenlace conoceremos en la segunda votación, el viernes, sería incorrecto andarse por las ramas. El candidato socialista ha hecho lo que tenía que haber hecho el líder de la fuerza más votado y presidente en funciones, Mariano Rajoy. Ha aceptado el reto y ha dado un paso valiente con un acuerdo con Ciudadanos que supone renuncias por ambas partes. Albert Rivera, el presidente de la formación naranja de centro liberal-reformista, ha demostrado su capacidad de liderazgo de una gran parte de la derecha hoy agrupada en el PP, con Rajoy de mascarón de proa. Sánchez se ha esforzado en convencer a Pablo Manuel Iglesias, secretario general de Podemos y a las confluencias adheridas de la oportunidad de tener un gobierno que mire más por los servicios sociales y por los trabajadores de lo que el PP ha hecho hasta ahora. De hecho, cada vez que Rajoy los ha mirado ha sido para reñirlos, quitarles algo y hundirlos un poco más.

Este ha sido el tronco del debate, es decir, Sánchez y Rivera, apelando a izquierda y derecha para que les permitan formar un gobierno viable y acometer algunas reformas posibles, comenzando por la instauración de la probidad en el manejo de los bienes y recursos públicos. Ha habido algunas interferencias graciosas como la del ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel García Margallo, parafraseando a don José Ortega y Gasset para calificar la investidura como un esfuerzo inútil que conducirá a la melancolía. Y hemos asistido a tres clases, formas y estilos de argumentación para votar “no” a la investidura: el descalificador de Rajoy, el maximalista y soberbio de Iglesias y el irredento de los nacionalistas, con la consabida mezcla de “¿qué hay de lo mío?” del vasco Aítor Esteban y el añadido de “nos vamos”, de los catalanes Joan Tardá y Francesc Homs.

A Rajoy, para quien el intento de Sánchez ha sido “una pérdida de tiempo” o una “película de ficción” y el acuerdo del PSOE y C’s un “menú de hospital” para no dañar al enfermo –también lo calificó de “toros de guisando”–, le sentó fatal que Sánchez lo considerara “un tapón” para la renovación de la derecha y que Rivera le tildara de “perezoso”. Al primero le respondió llamándole “perro del hortelano” y para replicar al segundo tuvo que pedir la palabra “por alusiones”. El presidente de la Cámara, Patxi López, se la concedió, pero entonces cayó en la cuenta del error de amplificar su pecado capital y salió por unas peteneras. La sensación de acto fallido no la pudieron tapar ni los aplausos de sus parlamentarios (diputados y senadores).

El término “tapón”, también utilizado por Rivera, posee más importancia de la que podríamos atribuir al cierre de la botella o a la obturación de las fosas nasales, si tenemos en cuenta que algunos sectores cada vez más amplios del PP consideran amortizado a su líder y si añadimos lo que en respuesta a un servidor y picapedrero comentó el portavoz de C’s, Juan Carlos Girauta: “Al menos cuatro ministros están de acurdo con lo que hemos firmado con el PSOE”. Y de los cuatro citó sólo a uno: “el de Asuntos Exteriores”. Quiere decirse que para García-Margallo el esfuerzo no ha sido inútil, aunque pueda conducir a la melancolía del propio Rajoy, al que ya algunos de los suyos piden un paso a un lado para quitarse de en medio. Aunque es la primera vez que Rivera interviene en el Congreso, muchos populares ya le ven como el nuevo líder del centro-derecha.

Aparte de esa revelación visual y política, el debate también ha sido muy útil para medir la distancia entre las posiciones de la socialdemocracia y del podemismo que se alimenta de los errores del PSOE. Cuando estalló la crisis financiera de 2007 muchos dijeron que ya nada sería como antes. Lo vivimos y lo sufrimos. Como en Las uvas de la ira, la gran novela de John Steimbet, basada en el crak de 1929, los aparceros, los trabajadores en este caso, se han visto privados de sus rentas, expulsados de casas y tierras, sometidos a la disputa de unos centavos en trabajos precarios para sobrevivir. Pero ni el predicador ni el Tom Joad del relato consiguieron revertir la situación. ¿Qué ganará Podemos con sus posiciones maximalistas? Después de aniquilar a IU, la aspiración es sustituir al partido de Pablo Iglesias, el de la imprenta. Sólo que desde los platós de luces y colores, y maquillando la jodida realidad y ofreciendo dulces y pasteles al personal como en Grecia, el Pablo Manuel Iglesias de la televisión conseguirá lo que quiere el Ibex-35: quedar reducido al sueño de una noche de verano, concretamente, del 26 de junio próximo.

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