Estamos viendo en estos últimos días como la economía española se aferra al turismo. Los buenos resultados que nos trasladan desde la Secretaría de Estado de Turismo sobre el último trimestre y sobre la recién terminada Semana Santa son muy satisfactorios. España recupera, sin lugar a dudas, su fe en la antaño conocida como “la gallina de los huevos de oro” de nuestra economía.

Cierto es que en los últimos meses han ayudado mucho las circunstancias, ya que la inestabilidad en el norte de África ha provocado un desvío importante del turismo hacia enclaves más seguros y con buena climatología y aceptables ofertas. De hecho, Canarias no sólo ha vuelto a recuperar sus habituales cifras, sino que las ha incrementado desde enero hasta alcanzar los 2,7 millones de visitantes, lo que supone un incremento del 15 por ciento.

Si el dato de Canarias ha sido especialmente relevante no resulta menos significativo el aumento global del 2,9 por ciento de turistas en toda España. Entre enero y marzo de este año nos visitaron nueve millones de extranjeros, cuyas preferencias fueron Cataluña, País Valenciano o Madrid, además de las mencionadas islas Canarias.

No obstante, hay que constatar que los turistas británicos, a pesar de ser los que nos visitan en mayor número, han disminuido respecto a los últimos años. Es necesaria una nueva labor de captación y la búsqueda de ofertas y paquetes turísticos que devuelvan la confianza de los habitantes del Reino Unido que tanto valoran nuestro sol y nuestras costas. Ahí está por desarrollar la campaña de captación de potenciales compradores británicos, apadrinada por el ministro José Blanco, para nuestra oferta inmobiliaria de las Costas mediterráneas.

Pero, no nos engañemos, el principal atractivo del turismo en un país que tiene sol e infraestructuras más o menos adecuadas es el precio que hay que pagar. Hace dos décadas cambiar libras por pesetas era mucho más rentable que hacerlo hoy por euros. De eso se quejan los ingleses que siguen hoy disfrutando de su jubilación en nuestras costas.

Habrá que buscar alternativas sensatas y de largo recorrido a todo esto si no queremos matar a la “gallina de los huevos de oro” de nuestra economía.

Y para lo que tienen frágil memoria, aquí está la versión  que de esta fábula escribió  Félix María Samaniego. Seguro que les hace pensar:

Érase una Gallina que ponía
un huevo de oro al dueño cada día.
Aun con tanta ganancia mal contento,
quiso el rico avariento
descubrir de una vez la mina de oro,
y hallar en menos tiempo más tesoro.
Matóla; abrióla el vientre de contado;
pero, después de haberla registrado,
¿qué sucedió? que muerta la Gallina,
perdió su huevo de oro y no halló mina.

¡Cuántos hay que teniendo lo bastante,
enriquecerse quieren al instante,
abrazando proyectos
a veces de tan rápidos efectos,
que sólo en pocos meses,
cuando se contemplaban ya marqueses,
contando sus millones,
se vieron en la calle sin calzones!