Estamos en la Casa de América, en la plaza de Cibeles de Madrid, se ha corrido la voz que David Bustamante está en la terraza ajardinada del palacete. Media hora más tarde, hay una decena de personas esperando para saludarle y hacerse un selfie con él «hay días que llego a casa y me he hecho como 50 selfies con gente que me lo ha pedido. Yo no olvido de donde vengo y a quién le debo lo que he conseguido. Voy por la calle y siento que la gente me quiere, soy como alguien de casa».

En 2002, David Bustamante vivió una Odisea en el espacio de San Vicente de la Barquera, se bajaba de los andamios de Cantabria para instalarse en Madrid «a mi me encanta Madrid» y comenzar una carrera musical, que le ha llevado a conseguir 15 discos de Platino, vender más de un millón de discos, hacer 14 giras y publicar 9 discos. El último se estrena ahora, se llama «Amor de los dos» y es un guiño a esas canciones que se crearon cuando él aún no había nacido «y tanto que no había nacido, en este disco hay canciones de los años 30 y 40, esa época me encanta porque hay lágrimas en la voz. Yo habría vivido en blanco y negro, me identifico mucho con esa estética». Quién espere encontrar mariachis y canciones con voz quebrada por el alcohol y el desgarro, aquí no las encontrará «y lo podía haber hecho pero yo no soy mejicano y habría sido como si un americano viene aquí y quiere cantar cante por bulerías. He llevado las canciones mejicanas a mi terreno y a mi tesitura».

Por cierto, es un músico y empresario de éxito y se siente tan español que «Todo lo declaro aquí pero cuando pasan ciertas cosas lo puedo llegar a entender, si cuando pillan a alguien corrupto le obligaran a devolverlo serviría de ejemplo. Si queremos sacar este país adelante tenemos que hacerlo nosotros, nadie vendrá a ayudarnos». Bustamante, canta al amor y él al respecto lo tiene muy claro «mi hija es la mejor persona que he conocido en mi vida. La quiero con locura, no sé cómo he podido vivir sin ella» y por cierto, tiene el tatuaje de un dragón en el brazo derecho y a Dios pone por testigo que «juro no defraudar a los míos».