El Cervantes de Ana María Matute

28/04/2011

diarioabierto.es.

Ana María Matute ha logrado su sueño: escribir la novela de su vida, o vivir la novela de su propia existencia mientras su otra latitud real se iba desarrollando en centenares de páginas. Es casi imposible imaginar una vocación de escritora aún más temprana que la suya: con sólo cinco años ya ilustraba sus cuentos, los daba de leer a sus hermanos en esas tardes largas del invierno más trágico. En el discurso de recepción de su Premio Cervantes, ha dicho Ana María Matute que la muerte no era para ellos, los niños de entonces, una tía lejana que de pronto moría, que se iba a mejor vida, sino un muchacho tiroteado en mitad de la calle. Esa pulsión viva entre el realismo furioso de una experiencia dura y la imaginación de la niña despierta, ensoñada también en su propio universo, ha sido una constante de sus libros, de esa recreación de alteridades vivas. Es necesario tener un pulso firme con la experiencia personal directa para poderla luego trascender, para poder armar los instrumentos de una imaginación también corpórea. Ana María Matute lo ha logrado en muchos de sus libros, después de haber ganado muchos premios, aunque quizás la novela que la devolvió a la mayor actualidad lectora fue su Olvidado rey Gudú, con un éxito de público pocas veces visto por aquí.

Que el sueño de Ana María Matute era ser escritora, y nada más que escritora, es algo que nadie puede dudar hoy. Pero sí entonces, cuando apenas una muchacha que no llegaba a los veinte se plantó en las oficinas de Destino con su primera novela manuscrita en un cuaderno de hule negro. Vendrían entonces libros como Los Abel, Primera Memoria, Los hijos muertos o La torre vigía. Novelas y cuentos, que también defendió en su discurso, vindicándolos como una expresión literaria tan alta como la propia novelística. También en el discurso ha dicho Ana María que sólo es posible entrar en la escritura a través del dolor, con una nube de lágrimas. La escritura nos limpia, nos alivia del peso aplastante y vital que arrecia siempre fuera de los libros.

En Alcalá de Henares se vivió una sesión única. El discurso, más que un discurso, ha sido una poética vital convertida en recorrido biográfico. Hemos vuelto a ver a aquella misma niña, algo más cansada pero todavía entusiasta, leer los mismos cuentos a los mismos niños.

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