Los escenarios tras la derrota de Rajoy

03/09/2016

Luis Díez.

El debate de investidura terminó el viernes, 2 de septiembre, con la segunda votación y nos dejó el mismo resultado de 170 votos a favor del candidato Mariano Rajoy y 180 en contra. Rajoy salió derrotado y seguirá de jefe de gobierno en funciones hasta que ocurra alguna de estas tres cosas: que el PP presente un nuevo candidato “viable”, según pidió Albert Rivera y, desde fuera, el propio Felipe González; que el PSOE sea capaz de plantear una alternativa con Podemos, Ciudadanos y los nacionalistas, o que agoten los dos meses de plazo y vayamos a unas nuevas elecciones generales que el PP ya acepta celebrar el 18 de diciembre y no el día de Navidad como amenazaba Rajoy.

La primera opción obliga al PP a prescindir de Rajoy aunque se mantenga como presidente del partido hasta el congreso sucesorio. La bancada popular, con Alfonso Alonso, Fernando Martínez-Maillo, Pablo Casado y, naturalmente, Soraya Sáenz de Santamaría, demuestra que Rajoy podría quitarse de en medio y dar paso a la nueva generación de políticos de su partido si quisiera. Como presidenta del PP ya citan a la madrileña Cristina Cifuentes. Para atraer el voto de los nacionalistas y, sobre todo, conseguir la abstención del PSOE, el nuevo candidato tendría que comprometerse a derogar la reforma laboral y las leyes ideológicas. Son las condiciones mínimas exigidas por Pedro Sánchez quien, de paso, se vería obligado a abandonar el liderazgo del PSOE después de haberse quemado en su empeño de ganar al PP, de gobernar siendo la segunda fuerza y de cerrar el paso a Rajoy, cosa que ha conseguido. El sucesor con mayor predicamento, credibilidad y que menos conflicto suscita entre los socialistas es Patxi López. Hacia él apuntan varias fuentes consultadas.

La posibilidad de articular una mayoría con la suma del PSOE y Podemos (156 diputados) sólo es viable aritméticamente si los 22 diputados nacionalistas (9 de ERC, 8 del PDC y 5 del PNV) dan su apoyo a la investidura de Sánchez y a los Presupuestos del Estado para 2017. O bien si Ciudadanos se compromete a hacer lo propio con sus 32 diputados, ya sea formando parte del Gobierno o mediante un firme acuerdo parlamentario. La facilidad matemática se vuelve dificultad política cuando se observan los planteamientos maximalistas de personajes como Pablo Iglesias Turrión discurriendo con el puño como si los españoles no estuvieran hartos de gestos ideológicos e identitarios que a la hora de lo cierto sirven de poco. Hay quien no acaba de enterarse que por levantar el puño no se es más de izquierda ni por estirar el brazo con el saludo falangista, más de derechas. Ese dogmatismo que en la historia sólo ha ocasionado atraso y desgracia es similar al de quienes ignoran o no acaban de entender que la pluralidad de España, con sus nacionalidades históricas, está plasmada en la Constitución de 1978 y que para alcanzar lo mejor conviene empezar por reconocer lo bueno. Quien desprecia las reglas de convivencia desprecia al prójimo y acaba recogiendo lo que siembra: desprecio.

La tercera posibilidad, la de llamar a la gente a votar una semana antes de Navidad, como ya admite el PP porque no le queda otro remedio tras el rechazo de las demás fuerzas política a la ocurrencia de Rajoy y su amiga de Pontevedra, Ana Pastor Julián, de celebrar los comicios el 25 de diciembre, no solo convierte a los políticos españoles en el hazme reír del mundo mundial, sino al conjunto de los españoles en el hazme llorar si fuéramos a votar a las mismas caras, jetas de ambiciosos e incompetentes. Recomendaba Miquel Roca i Junjet cuando se dedicaba a la política y todavía no defendía infantas, que fuéramos a votar como quien va a comprar una lavadora o un frigorífico, es decir, reclamando calidad o, por lo menos, que funcionen. Su recomendación no era brillante sino práctica y es más válida que nunca.

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