La mala costumbre

25/11/2016

Maite Vázquez del Río.

Pese a todo lo que ha pasado, Valencia se ha vestido de luto estos días. Su alcaldesa durante 24 años, la que cambió la ciudad y la puso en el mapa, Rita Barberá, murió de un infarto a 355 kilómetros de su domicilio, en una habitación de un hotel. Ésta fue la fotografía final de cómo fue el último annus horribilis de la en otro tiempo baronesa del PP, con la que todo el mundo quería fotografiarse si se quería ser algo entre los populares. Pero en España tenemos la mala costumbre criticar a los que triunfan y linchar a quienes, tras triunfar, caen en desgracia. Y si se mueren, llenamos la iglesia donde se celebra su funeral, un recinto que se queda pequeño para dar cabida a todos los que querían despedirla.

Tenemos la mala costumbre de ser juez y emitir sentencia desde nuestras casas, en las barras de los bares, en los órganos de los partidos o en las tertulias radiofónicas. Una cosa es hacer públicos los hechos y otra destriparlos hasta desfigurarlos. Y todo porque “cuando el río suena es que agua lleva”…

No habían enterrado a la exalcaldesa y ya todos se dedicaban a culpar de su muerte. Su partido durante 40 años, el que le dio la espalda en sus momentos más amargos, una vez más, ha prefirido mirar, esta vez no al contrincante político, sino a los medios de comunicación. A los periodistas que seguían los pasos de su día a día porque no nos engañemos, los ciudadanos los querían conocer, y no nos olvidemos nunca de la labor de los periodistas, ser meros transmisores de lo que sucede. Desde explicar en qué consiste una reforma de las pensiones (los ciudadanos tienen que conocer todos los cambios, plazos o sus derechos y deberes…) hasta la última ley que se apruebe en el parlamento. Pero también denunciar las irregularidades que se produzcan, los errores que se cometan, los abusos que se realicen…

El problema es que el PP no admite esas denuncias porque ellos nunca se equivocan. Han preferido controlar a los medios y convertirlos en meros transmisores y defensores de sus quehaceres políticos y doctrinas. El resultado de ese control fue el cierre de la Televisión Valenciana, el descrédito de la televisión española pública con denuncias permanentes de sus trabajadores por el trato que les obligaban a dar a determinados temas o la práctica desaparición de Telemadrid con un despido masivo de trabajadores, por no hablar de tener periodistas en nómina o profesionales vetados por no querer plegarse a sus caprichos; o periódicos, televisiones privadas o radios que por obtener financiación encubierta, apoyo en el reparto de bandas o amiguismo gubernamental y parlamentario se prestan a los antojos y barbaridades de la conveniencia política de turno. Sinceramente creo que en la crisis en que han caído los medios de comunicación algo ha tenido que ver el poder político.

¿Y qué han hecho los medios de comunicación en el caso de Rita Barberá? Transmitir que se le iba a investigar por un presunto blanqueo de dinero para financiar a su partido; explicar los regalos que recibía de empresarios como otros recibieron trajes… y buscar su opinión sobre lo que la estaba sucediendo ya fuera en la puerta de su casa o en la puerta del Tribunal Supremo, esperando horas y horas en plena calle para al final la mayoría de las veces irse sin una sola frase. Lo demás, como meros observadores de lo que sucede, fue explicar el vacío que le hacían sus propios compañeros en la inauguración de la Legislatura; que la obligaran a irse al grupo mixto del Senado o que ahora reclamen el sillón de senadora que con su muerte ha dejado vacante… Los que la apartaron como apestada ahora se rasgan las vestiduras culpando de que los medios de comunicación hablaran de ella por ser noticia. Los medios de comunicación tampoco han sido los vecinos de Valencia que hasta hace un año la agasajaban con cientos de muestras de cariño y un año después le daban la espalda y evitaban mirarla a los ojos. Ni ha sido de Ciudadanos que para dar su apoyo al PP pidió la cabeza de Rita para empezar a negociar. Ni ha sido Mariano Rajoy, que en el funeral exhibía su amistad, quien aceptó que perdiera la cabeza para poder gobernar.

También tenemos la mala costumbre de buscar chivos expiatorios. El caso Gürtel tiene nombre y apellidos, como el resto de los casos que ahora llenan los Tribunales de Justicia, mientras los políticos que se llaman de raza y juran su honradez miran hacia otro lado para que no les salpique, o minimizar como pitufeos lo que a cualquiera de los ciudadanos de a pie les llevaría a tener serios problemas con Hacienda o ir a la cárcel dependiendo de la cantidad. Algunos tienen la mala costumbre de mentir cuando la verdad les acorrala y negar escuchas contando billete por billete hasta sumar millones, o explicar a un hijo cómo se blanqueaba dinero. No dejemos que las “lágrimas” no nos dejen ver lo que hay detrás del bosque, ni convertir en héroes a quienes hasta hacía unas horas habíamos convertido en víctimas.

Demasiadas malas costumbres.

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