El devenir de Europa en la ‘Era Trump’

17/12/2016

Antonio de Oyarzábal. Embajador de España.

  No cabe calificar de alentadora ni menos entusiasta la acogida que Europa ha deparado al nuevo presidente electo de Estados Unidos. Triste es reconocer que lo mejor que nos podemos desear en esta coyuntura – una vez recuperados de la sorpresa  de los resultados del 8 de noviembre – es que las tronantes amenazas y desafíos del candidato Trump no lleguen a reflejarse en decisiones firmes de su Presidencia, y que al final el león no sea tan fiero como él mismo se ha pintado.
A los hechos habrá que remitirse, y de momento al menos no hay otra opción que acatar el veredicto inapelable de las urnas y centrar nuestras esperanzas de futuro en la realidad de esa gran comunidad de intereses ya existente entre ambos lados del Atlántico y que de hecho debe actuar de antídoto contra  cualquier iniciativa del nuevo presidente lesiva contra el Viejo Continente.
 Todo por ahora son conjeturas, pero ciertas sombras aparecen por el horizonte que no son  reconfortantes y merecen por tanto nuestra atención continuada. En este sentido y al margen de su reiterada actitud aislacionista y  su decidida hostilidad a todo acuerdo arancelario – ¡ adiós TTP, adiós TTIP ! -,son las relaciones que quiera mantener Trump con la Rusia de Putin el factor de política exterior que más nos puede afectar a los europeos. Según los medios, el futuro Presidente americano muestra una simpatía manifiesta hacia la personalidad del ruso, y no sería así descartable que, desde el inicio de la nueva Administracion, reinara un buen entendimiento entre ambos personajes. Nada que objetar. Todo lo que nos lleve a una distensión entre las dos grandes potencias que nos aleje de los peligrosos juegos de Guerra Fría, bienvenido sea. Lo malo es que esta «entente cordialle» se produzca a costa y detrimento de Europa y de la propia OTAN.
Me explico: La prioridad en la  política exterior que practica  Putin parece centrarse en un afán desmedido por recuperar para Rusia su antiguo papel en la escena internacional, su peso como potencia determinante en el Continente Asiático y en el Medio Oriente, un orgullo nacional capaz de resolver sin contemplaciones – a zarpazos – viejos contenciosos territoriales. Y en esta linea de actuaciones, el mandatario ruso ha creído ver una oportunidad de oro en la reciente batalla electoral norteamericana; lo que le habría llevado a meter un dedo en el mecanismo de las  votaciones a la Casa Blanca con el fin de  inclinar la balanza de las urnas en favor del vociferante Trump. ¿Cómo ? Al parecer esa misteriosa pero muy real ciencia novisima que se llama cibernética permitiría influir desde fuera en la formación de la voluntad de amplios sectores del  electorado. ¿Ciencia Ficción ?
No lo cree así la CIA que dice tener pruebas de las interferencias rusas en el proceso, además del uso determinante de material informático – ya antiguo – de la candidata Hillary para perjudicar su imagen, prestigio y posibilidades electorales.No olvidemos que el propio Presidente ruso hunde sus raíces profesionales en la vieja KGB, y que nunca ha hecho remilgos en el empleo torticero de instrumentos de espionaje más refinados y letales.
 Conseguido  su propósito – ¡ chapeau ! – y situados en puestos claves de la nueva Administración americana dos buenos y complacientes amigos de Rusia – tanto el mismísimo Presidente como su flamante Secretario de Estado – Putin trataría ahora de resolver con ambos las cuestiones candentes en sus relaciones  con Estados Unidos, lease un acuerdo de colaboración militar en Siria que acabe con la pesadilla de ISIS y del Califato (pero que de hecho consolide al dictador Al-Assad como mal menor), un entendimiento en la vidriosa linea fronteriza en la frontera ruso-ucraniana y en la  interpretación que Rusia hace de las llamadas «zonas de influencia» mutuas, etc. Todo al  «módico» precio único del reconocimiento por parte de Estados Unidos de la anexión «manu militari» de Crimea y el consiguiente levantamiento de las sanciones impuestas por el conjunto de los países occidentales precisamente por ese brutal asalto ruso al territorio de la península del Mar Negro. O sea un «pelillos a la mar», un empezar una nueva «página en blanco»entre las dos grandes potencias que deje en la cuneta a la incordiante y legalista Europa y, de paso acabe de una vez con esa antigualla llamada OTAN.
 Porque no cabe olvidar que ha sido la Alianza Atlántica la que con mayor firmeza se ha opuesto a la política de hechos consumados que intenta imponer el Camarada Putin, y que en esta Alianza es pieza clave y vital la participación solidaria de Washington .Toda quiebra ahora en  la unidad de criterio  del bloque no solo dejaría a los demás aliados en posición bien desairada, sino que significaría un duro golpe a la supervivencia misma de la Organización, que de creer a las reiteradas manifestaciones del Presidente electo, no goza precisamente de sus simpatías.
Antonio de Oyarzábal. Embajador de España

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