El cambio del paradigma americano

14/02/2017

Teodoro Millán.

La prensa internacional está poniendo de relieve el nuevo paradigma socio-económico que acompaña al cambio político americano. Según varios autores, la razón del seguimiento a Trump se encuentra en la insatisfacción de una gran masa de votantes de la América profunda. Su descontento surge por la pérdida de posición económica desde el comienzo de la crisis, en particular respecto a las grandes ciudades de ambas costas. Y por la percepción de que una parte de los inmigrantes les adelanta en la pirámide económico-social, gracias a un sistema de apoyos públicos que consideran injustos e inmerecidos.

La pérdida de posición económica de esta población insatisfecha va unida a la de puestos de trabajo. Consecuencia de la deslocalización industrial, la robotización y la libre importación comercial. Y el resultado es la polarización de la riqueza entre periferia e interior del país, como demuestra el valor de las viviendas, muy inferior en el interior, cuyo promedio quedaría por debajo de las hipotecas que las gravan. No es difícil entender entonces la animosidad contra una clase política a la que se responsabiliza de esta situación, cuyo mejor reflejo se ha concretado en la figura de Hillary Clinton.

Si este diagnostico es correcto, se estaría planteando un interesante debate entre dos modelos económicos; uno autárquico y otro liberal. El primero, pretendería limitar la competencia en el mercado laboral, restringiendo la inmigración, repatriando centros de producción deslocalizados en terceros países, e imponiendo el consumo de productos americanos mediante restricciones al libre comercio. El modelo liberal combinaría, en cambio, la libre circulación de mano de obra y productos con mecanismos fiscales de transferencias de renta, articulando un sistema más o menos encubierto de bienestar. Algo cada vez más cercano al sistema europeo, como se refleja en el llamado Obamacare, que acompaña a otras subvenciones de vivienda y escuela pública. Y aunque ambos modelos coinciden en la búsqueda de fórmulas para paliar los desequilibrios de riqueza – bien favoreciendo el empleo con políticas proteccionistas, o subvencionando al desempleado mediante políticas sociales – las implicaciones de cada uno, en términos políticos y de eficiencia económica, son muy distintas.

Estilizando las opciones, se trataría de escoger entre menor desempleo domestico a costa de producir teléfonos más caros y peores, o soportar un mayor desempleo a cambio de mejores móviles y más baratos. El primero sería un modelo intervencionista-desregulado, con subvenciones incorporadas en el mercado laboral, mientras el segundo es un sistema liberal-regulado acompañado de transferencias sociales. El elemento de desregulación del modelo autárquico provendría de favorecer a las empresas desmontando regulaciones administrativas que el sistema liberal ha generado a lo largo de los años. Regulaciones, en general, desarrolladas para evitar desviaciones y excesos de mercado (como en el caso de la industria financiera). La revisión lingüística obligaría entonces a hablar de un sistema intervencionista en lo macro y liberal en lo micro, versus su complementario.

La historia enseña que el modelo autárquico conlleva ineficiencia y un deterioro de la competitividad que amenazaría el liderazgo empresarial americano. Por eso no cuenta con el apoyo de las empresas punteras, víctimas de las restricciones intervencionistas que impongan  limitaciones al uso de mano de obra barata -allá donde se halle- y de capital humano altamente cualificado -de allá de dónde provenga-.

Porque si algo ha cambiado desde comienzos de siglo es la capacitación técnica de los inmigrantes. La competencia técnica de la industria puntera americana es en parte resultado de las políticas de apertura y formación, y el principio de atraer a los mejores ha acabado por dar sus frutos. Muchos de los mejores están ya trabajando en occidente, aunque no sean ciudadanos occidentales. Mientras, otros muchos ciudadanos americanos se sienten en inferioridad frente a ellos y cuestionan un modelo al que acusan de haber generado su propia competencia. Competencia laboral en el mercado interno, financiado la formación de técnicos cualificados extranjeros, capaces de unirse a las elites urbanas de las grandes ciudades costeras para hacerse con los mejores puestos en las industrias boyantes. Y otra externa, al alejar los trabajos de base con la deslocalización geográfica de las empresas americanas y la apertura a las importaciones extranjeras.

El modelo autárquico solo se puede implementar mediante un fuerte intervencionismo político, puesto que se basa en la imposición de limitaciones. De ahí el autoritarismo exhibido y anunciado por la nueva administración americana, para la que «buy american«, más que un slogan publicitario, se trata de convertir en una imposición.

Lo paradójico es que la estructura básica del modelo autárquico-autoritario es típicamente de izquierdas. Tales eran los rasgos que definían el modelo al que EEUU se impuso con la caída del muro de Berlín. Un ejemplo de hasta dónde puede llevar una versión radicalizada de convertir al Estado en garante de los puestos de trabajo de los ciudadanos, a costa de imponer limitaciones a la libre empresa y al libre mercado.

Y como subproducto, síntomas de los elementos clásicos que contrarrestan la crítica del autoritarismo; rechazo de las limitaciones al ejercicio del poder; censura de la crítica pública; y una agresiva política oficial de información, que ya ha dado lugar al nacimiento de un nuevo término; post-realidad o realidad alternativa.

Trump estaría entonces siguiendo el mandato de sus electores al optar por un modelo intervencionista. Su autoritarismo político siendo posiblemente necesario (con matices) si se quiere imponer un cambio de paradigma, dado que va en contra de los intereses naturales de muchos de los agentes económicos individuales. Pero lo preocupante es la paradoja que representaría el fracaso del modelo liberal tradicional y la vuelta al intervencionismo típico de las izquierdas históricas, que se suponía periclitado en el occidente democrático. Un territorio abandona incluso por la izquierda tradicional, en su evolución ideológica hacia el nuevo humanismo de derechos humanos, en sentido amplio, y conciencia del medio ambiente.

Curiosamente, el partido demócrata americano ha sido incapaz de anticipar el cambio de prioridades en un electorado que le pertenecía naturalmente. Algo achacable al abandono de sus prioridades tradicionales; la defensa de las clases menos favorecidas, a las que ha venido a sumarse un amplio contingente de clase media empobrecida de la América profunda. Y ahora tampoco está siendo capaz de denunciar la política de Trump como lo que és; intervencionismo inspirado en modelos autárquicos de izquierda, con procedimientos autoritarios del mismo corte. Hacerlo, pondría de manifiesto su abdicación de funciones o la defensa de un modelo liberal de difícil justificación para los demócratas. Esa denuncia habrá entonces de llegar del propio campo republicano. Un partido cuyos congresistas son depositarios de otro mandato distinto al de Trump,  basado en políticas tradicionales de liberalismo económico sin transferencias compensatorias (liberalismo en lo macro y en lo micro). Revalidar ese mandato será un hito importante en el cambio de paradigma propuesto por la nueva administración y podría dar lugar a un enfrentamiento con el ejecutivo. Si es que Trump no decide antes corregir rumbo e incumplir sus promesas.

Pero por debajo de esta polémica entre modelos económicos comienza a perfilarse un problema que puede ser más acuciante. La robotización amenaza con hacer espurio todo intento de generar empleo mediante la re-industrialización del país, porque cualquier reubicación irá acompañada de inversiones en capital que incorporen los últimos progresos tecnológicos. Industrias enteras, como la de automoción y el transporte, plantean horizontes frustrantes en este sentido. Mientras, la llamada disrupción digital está transformando modelos de negocio, provocando el declive de compañías punteras que eran generadoras tradicionales de empleo masivo. Por tanto, con proteccionismo o sin él, el futuro amenaza el empleo de las clases medias y obliga a una reflexión en profundidad sobre el manejo de las rentas agregadas. Un problema que no forma aún parte de la agenda pública de los partidos y cuya dimensión es difícil de imaginar.

En la medida en que este problema se ponga de manifiesto en el próximo futuro, se habrá de ver qué fórmula política es capaz de dar satisfacción a las demandas legítimas del electorado. Un episodio más en la determinación ideológica dictada por la realidad económica.

Y me temo que el resto es solo ruido.

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