Diez refugiados estudian una carrera en la Universidad Camilo José Cela

22/02/2017

Milagros Asenjo. Tienen entre 20 y 28 años y forman parte de un grupo de diez refugiados de Siria, Afganistán, Irak y Ucrania que han conseguido una beca del “Proyecto Integra”, una iniciativa solidaria de la que es pionera la Universidad Camilo José Cela (UCJC) y en la que también colaboran Unicef, ACNUR, y la Fundación Tres Culturas del Mediterráneo.

Salimi (afgano), Amrou (sirio), Mukaled (irakí) y Almotaz Bellah (sirio) han encontrado en la Universidad Camilo José Cela (UCJC) la oportunidad para encauzar su futuro con la esperanza de que la paz llegue a sus países

Salimi (afgano), Amrou (sirio), Mukaled (irakí) y Almotaz Bellah (sirio) han encontrado en la Universidad Camilo José Cela (UCJC) la oportunidad para encauzar su futuro con la esperanza de que la paz llegue a sus países

Amrou, Salimi, Almotaz Bellah y Mukaled relatan sus vivencias y su lucha por huir de la guerra, sobrevivir lejos de sus países y prepararse para un futuro en paz. La Universidad Camilo José Cela les muestra un horizonte más claro y esperanzador y ellos han aprovechado esta oportunidad. Los estudiantes muestran su agradecimiento a la Universidad y aseguran: “Nuestro día está lleno de estudios”.

“Claro que pienso volver a Siria. Nuestra memoria, nuestra calle, nuestros amigos están allí. Cada uno tiene su historia y creo que nadie quiere quedarse aquí cuando acabe la guerra”.

Estas palabras de Amrou, un joven sirio que forma parte del grupo de diez refugiados, que han conseguido una beca del “Proyecto Integra”, muestran la añoranza de quienes se han visto obligados a abandonar todo por causa de la guerra. Gracias al “Proyecto Integra”, este grupo de refugiados, que han llegado con un certificado de formación, estudia un pregrado –similar al tradicional curso puente– en la Universidad Camilo José Cela y, posteriormente, iniciará la carrera universitaria que cada uno elija. La beca cubre también los gastos de manutención y alojamiento en la residencia del campus de la UCJC. Los que tienen familia en España viven los fines de semana con ella, los que están solos permanecen en la residencia de la UCJC. Asimismo, colaboran con las ONG que trabajan en centros de acogida y se afanan por ayudar a quienes sufren situaciones similares a las suyas.

“El vivir los fines de semana con sus familias es importante para mantener el vínculo  familiar y para ser correa de transmisión de los valores que reciben”, afirma Ignacio Sell, director del Proyecto.

El “Proyecto Integra” persigue la integración y promoción personal y profesional de jóvenes refugiados. “Darles la oportunidad de que realicen una carrera universitaria para que su integración sea plena y satisfactoria, es la única forma de que el círculo asilo, integración, acogida, refugiado… tenga un resultado, una lógica, porque dar acogida y asistencia durante nueve meses y, después, sálvese quien pueda, no es un programa de asilo eficaz”, comenta Ignacio Sell, quien sostiene que «dejar a los refugiados en los centros de acogida a esperar que logren una colocación no es un proyecto de integración». Y en este sentido, “los centros educativos tenemos que dar un paso adelante”.

Sell destaca los obstáculos que han debido salvar y el “importantísimo ejemplo” que constituyen para los alumnos de la UCJC: «Conocer lo que han pasado  estos jóvenes, que al cumplir los 18 años les obligaban a alistarse en el  ejército, que han atravesado Líbano, Egipto, Turquía y hasta han recorrido media Europa…Creo que es una gran lección para nuestros alumnos”.

Cada uno de los jóvenes tiene una historia plagada de dificultades, de riesgos, de lucha por sobrevivir y de amor a su familia, de la que, en mayor o menor medida, la guerra les ha separado y que es su gran prioridad. “Siempre pienso en  la familia y en el estudio para poder darle un futuro mejor”, asegura Amrou, quien recuerda que en su patria no hay practicante ningún lugar seguro.

Amrou tenía en Siria dos grupos de rock, “y el pelo largo”, dice entre risas como añorando su larga melena rubia. Su padre es abogado y su madre, profesora de Universidad. Su nivel de vida le permitía vivir cómodamente. “Si quería comprar  ropa de marca, podía hacerlo, teníamos de todo. Ahora, tengo que  ver el precio, tengo que pensar. Nuestra calidad de vida ha bajado a causa de la guerra. La guerra ha laminado todo”, afirma con pesar, que no con amargura.

“Tenía 17 años y debía salir de mi país porque entraba en edad militar y querían reclutarme. Mi madre me dijo que debía salir. Fue a Turquía y después a Egipto. Para lograr el visado conté con la inmensa ayuda de un amigo de mi familia y en Egipto viví cuatro meses como invitado en casa de otro de mis amigos. Ya aquí, he conseguido la beca por suerte, me llamó un trabajador social de la ONG”.

Su horizonte profesional está en el mundo del derecho internacional, “quiero ser diplomático y ayudar a mi país”. En sus previsiones está la de hacer un master. “Voy a pensar en los que me han ayudado para vivir la justicia con ellos y devolver lo que me han dado”.

Además de su preparación profesional, de su tarea universitaria, Amrou tiene otra gran responsabilidad: “Mi familia vive en España desde hace casi siete meses y me necesitan porque no trabajan ni hablan español”. Y sobre las vivencias de los suyos lejos de su patria hace una sencilla confesión: “Mi madre me dice que aquí no hay guerra pero que en Siria tenemos todo. Y quiere volver”. Muestra también un deseo y una esperanza: “Hay que seguir trabajando porque la guerra acabará y habrá paz”.

Salimi es afgano y tiene 27 años. De su numerosa familia, es el segundo de siete hermanos, solo él ha salido de Afganistán, hace un año tras no pocas amenazas, dificultades y el permanente riesgo de atentados. “Salí de Afganistán cuando lo hicieron los militares que nos ofrecieron un visado porque nos amenazaban los terroristas”.

Por el momento, no piensa regresar a su país. Antes bien, quiere trabajar duro para acabar la carrera por la que se ha decantado, Logística y Transporte, y sacar a su familia hacia un lugar más tranquilo; mientras,  habla a diario con los suyos, “estoy muy preocupado debido a la situación de mi país”, y compagina sus estudios con el trabajo de conserje en un centro de acogida. “Me gusta ayudar a quienes vienen de otros países y se encuentran solos”.

Almotaz es sirio y quiere hacer realidad un sueño: «Cuando termine quiero ser entrenador de un equipo de fútbol, mejor si es el Real Madrid, es lo que quería de pequeño». Para ello, cursará Ciencias de la Actividad Física y del Deporte.

En su país se matriculó en Electricidad y Mecánica, no por vocación profesional sino porque “si no estás inscrito y ya has cumplido 18 años, te cogen para el Ejército”. Pero apenas fue un par de días a clase; la guerra se lo impidió. Lleva dos años en España y ha trabajado en distintos lugares, en una tienda de segunda mano o como guardia de seguridad en un turno de noche. A diferencia de alguno de sus compatriotas, a corto plazo no quiere volver a Siria. “Todos quieren volver, pero yo no mucho”, porque no existe nada de lo que fue su país: las familias, los amigos, los juegos infantiles en la calle. Todo ha desaparecido.

Mukaled es de Irak. Su familia está separada, parte vive en España y otra parte en Irak. “Salí de allí hace tres años. En Bagdag había mucho terrorismo.

Primero estuve en Holanda y, como allí no pude obtener la residencia, vine a España”. Su camino también ha sido difícil: “He hecho muchas cosas para salir adelante pero estoy contento”. Estudiará Logística y Transporte para contribuir a la recuperación de su país y planea montar una empresa y volver a su tierra cuando la guerra llegue a su fin.

Con historias personales muy diferentes, todos tienen un mismo objetivo: contribuir a la reconstrucción de sus países desde una situación privilegiada.

“Queremos prepararnos para el futuro y hemos tenido la suerte de encontrar una beca, porque no queremos estar por estar y esperar ayuda sin más sino prepararnos bien. Somos adultos pero no tenemos experiencia”, comentan los cuatro jóvenes, al tiempo que destacan la alegría de sus familias al saber que están en la Universidad. Confiesan que su integración no es difícil porque los españoles son solidarios y tolerantes.

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