‘El crédito’, economía de guerra

07/03/2017

Luis M. del Amo. Galcerán vuelve al teatro Maravillas con un texto para dos actores centrado en la crisis.

Después de su estreno en 2013, El crédito, la celebrada obra del exitoso Jordi Galcerán – autor de incontestables taquillazos como Burundanga, El método Gronholm o la más remota Dakota – vuelve a la cartelera madrileña con nuevo reparto y dirección.

Si hace cuatro años fueron los actores Carlos Hipólito y Luis Merlo, a las órdenes de Gerardo Vera, los encargados de dar vida al artefacto teatral de Galcerán, en esta ocasión la responsabilidad de interpretar a sus personajes – dos únicas criaturas, el director de una oficina bancaria y un cliente – corre a cargo de Antonio Pagudo y Vicente Romero; ambos experimentados actores, exyllana el primero, aunque famosísimo por su personaje de Javier Maroto en la popular serie televisiva La que se avecina; curtido secundario, el segundo, en series y películas, e intérprete a su vez en diversos éxitos teatrales, entre ellos Arte de Yasmina Rezza, o Cancún del propio Galcerán, bajo la dirección, en este último caso, de Gabriel Olivares, director también de esta versión de El crédito.

Galcerán es un maestro consumado en labores de carpintería teatral. Tirando de tópicos diremos que el catalán domina el arte de la prestidigitación, que consiste en dirigir la atención del público y desviarla de ciertos detalles cuya importancia más tarde se revelará esencial. “¿Cómo no me di yo cuenta de ese detalle!”, se pregunta el público a cada nuevo giro de la trama, urdido con tan solo unos pocos elementos que permanecían ante los ojos del espectador desde el principio de la función.

Economía de guerra

Así, en esta ocasión, con una obra escrita en 2013, Galcerán parece adaptarse a las circunstancias de la época, y reduce a tan solo dos el número de intérpretes de su comedia. Economía de guerra para el teatro de la crisis.

Los resultados de esta versión, sin embargo, no parecen totalmente satisfactorios. La verdad es que, viendo el reparto anterior, uno no puede evitar lamentarse, y desear ardientemente haber contemplado el duelo escénico entre Hipólito y Merlo, dos actores carismáticos y capaces de levantar criaturas plenas de vida, gracia y ternura.

No es este el caso, lamentablemente, sino que, en su enfrentamiento, Pagudo y Romero no aciertan a dotar de plenitud a sus personajes. Las posibilidades cómicas de sus líneas quedan inexploradas. Y el espectáculo se arrellana en una capa superficial que impide extraer lo más jugoso del texto.

Además, algunas vacilaciones del montaje tampoco ayudan sino que despiertan en el espectador dudas sobre su naturaleza. “¿Serán fallos?”, –se pregunta.

Finalmente, y en relación al texto, hay que decir que El crédito no se encuentra entre lo mejor de la producción de Galcerán. No solo por su tercer acto, muy precipitado — en mi opinión — sino también porque el alcance de su disquisición sobre el valor de la confianza mutua, y de la palabra, en nuestra sociedad se revela carente de profundidad, incompleto y sujeto en exceso al puro mecanismo teatral.

En cualquier caso, la vuelta de El crédito a las tablas del madrileño teatro Maravillas está gozando del apoyo del público, y supone una buen ocasión de disfrutar del ingenio de Galcerán y del trabajo de dos buenos actores.

Recomendable.

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