¿Es necesario el Día Internacional de la Mujer?

08/03/2017

Joaquín Pérez Azaústre.

La respuesta es sí: no es necesario, sino imprescindible, que siga existiendo el Día Internacional de la Mujer. He hecho un esfuerzo de contención desde por la mañana y he pasado más tiempo del recomendable echando un ojo a las redes, para ver qué se dice, qué se fragua en esa gran cocina del patio común donde solemos aparecer con más o menos tino, con vecinos que gritan cada día las mismas soflamas y en los mismos términos, con ese mismo timbre deslenguado y turbio; pero también me he detenido en ventanas algo más comedidas, más juiciosas quizá o más ensimismadas, no únicamente en la contemplación de un espacio propio, sino también en cuestiones que tienen más que ver con una convivencia, relativamente estable, entre la comodidad y la ética. Y no lo he hecho porque me gusten las redes sociales, que no es el asunto, sino para atisbar reacciones, que en versión digital siguen siendo inmediatas, viscerales, y pueden dar un cierto aire del día. Uno de los comentarios que más me ha llamado la atención es “Otro día de”, y “Ya está bien de días de”, además de “No hace falta un día de la mujer”. Me ha faltado leer: “De qué se quejan”. O: “¿No querían igualdad? Pues ya la tienen”. De ahí el comienzo del artículo, que es más un lamento que un arranque de retórica directa.

No es necesario, sino imprescindible, porque necesitamos que se escuche noche y día –y todos los días-, que se lea, que se grave a fuego sobre la piel del día y de la noche, de la intimidad y de la vida pública, que hasta que no exista una igualdad total de derechos entre el hombre y la mujer, absolutamente a todos los niveles imaginables, no alcanzaremos una vida plenamente democrática ni, por tanto, plenamente digna. “Eso ya lo tenemos en España”, dirán otros. Pues no. No lo tenemos. Lo tenemos escrito en un papel legal, pero no en la conciencia de las respiraciones, no en cada hombre ni en cada mujer. Sólo hace falta pensar en las 20 mujeres asesinadas por sus ex parejas o parejas en lo que llevamos de 2017, ¡y sólo estamos en marzo!, en la brecha salarial existente entre hombres y mujeres, en el abominable sexismo televisivo, en la diferencia entre las exigencias a las mujeres y a los hombres en la vida pública, en la distancia abismal entre los tratamientos que incluso las propias mujeres se dan a sí mismas, como si hubieran nacido no sólo para trabajar como bestias, sino para ser las más estilosas de las fiestas.

Pero salgamos de nuestra realidad inmediata un ratito, por favor. Pensemos en el islamismo radical. En las mujeres asesinadas, lapidadas, quemadas vivas, rociadas por ácido, por querer estudiar, por convertirse en profesionales libres o por rechazar a un hombre. Pensemos en que en Sierra Leona el 90% de la población femenina –el 90%, nada menos-, sufre la ablación del clítoris. Esto no sucede en países muy lejanos, sino muy cerca de nosotros, y también, ya, entre nosotros. Además: la globalización era esto, sentir en dolor propio lo que sucede lejos, a miles de kilómetros, o a veinte. La ética, la defensa de los derechos humanos, si algo no conoce, ni debe conocer, es una frontera con la que sentirnos liberados. No existe esa frontera: lo que le sucede a una mujer en Afganistán, en Arabia Saudí o en Marruecos, nos está ocurriendo a nosotros también.

Los hombres hemos sido demasiado lentos. Hemos pasado demasiado tiempo mirando cómo suceden las cosas, amparándonos en que muchos de nosotros por supuesto creemos en la igualdad de derechos. Pero no es suficiente: ni en nuestra sociedad, ni en la mayoría de nuestros países vecinos. No es que sea imprescindible este Día Internacional de la Mujer: es que, por desgracia, es una batalla de largo recorrido, y aún podemos sumarnos.

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