El ejemplo de España en 2004

24/03/2017

Joaquín Pérez Azaústre.

Ha dicho Frans Timmermans, el vicepresidente de la Comisión Europea, que si Europa reacciona como lo hizo España en 2004, los terroristas nunca nos derrotarán. Entiendo el sentido de la declaración, porque en Holanda, según él mismo ha contado, impresionó la reacción de la ciudadanía, que en ningún momento se volvió contra ninguna comunidad, ni contra una religión. En una entrevista concedida a El País, afirma Timmermans: “El terrorismo ha sido parte de la sociedad europea por mucho tiempo. Pero no todas las sociedades lo experimentaban. En mi país impresionó mucho la reacción de España a los atentados de Madrid en 2004, sin rebelarse contra una comunidad o religión. Aprenderemos a lidiar con ello. Los terroristas son criminales que odian nuestro sistema de vida. Si reaccionamos como España, nunca nos derrotarán. Si empezamos a culpar una religión o una comunidad, ya han ganado a medias”.

Como decía, entiendo el sentido y lo comparto, pero me gustaría matizar algunas cosas. En primer lugar, que en España nunca hemos necesitado culpar a nadie de nuestras desgracias, porque nos bastamos a nosotros mismos para despedazarnos. Y lo hacemos, lo hemos hecho históricamente, sin la menor compasión. En España, aquellos días oscuros en marzo de 2004, en primer lugar, no fue necesario culpar a ningún credo, a ninguna población inmigrante, porque desde el Gobierno y varios medios de comunicación se insistió en que había sido ETA, cuando todos los indicios, y el modus operandi, se alejaba de ETA: una banda terrorista que, tradicionalmente, siempre ha reivindicado sus atentados, y que aquella mañana, lo primero que hizo fue decir que no habían sido ellos. Sin embargo, se comenzó entonces con lo que se llamó “la estrategia de a crispación”: difama, que algo queda; incendia, que algo queda; golpea, que mientras el cuerpo colectivo sigue noqueado por el estallido de Madrid, los ojos electorales se apartarán de nosotros. Recuerdo dos nombres, dos protagonistas de unos días oscuros, que tanto emponzoñaron, luego, nuestro relato colectivo de aquellas semanas: Ángel Acebes y Eduardo Zaplana. El primero, con su dubitación, balbuceando que había sido ETA, cuando todo apuntaba a lo contrario; el segundo, inolvidable, en la comparecencia de Pilar Manjón en el Congreso, partiéndose de risa ante la declaración de la madre de una de las víctimas. Mientras, cogías un taxi en Madrid, escuchabas la radio y parecía que el taxi iba a salir ardiendo. Mientras, se empezaron a extender, como un lodo siniestro y sinuoso, teorías delirantes –lo parecían entonces, y más aún hoy- sobre una presunta connivencia del PSOE con el ataque terrorista, con la sombra de ETA al fondo. Y todo, todo, para que nadie pensara: “Hemos apoyado la invasión de Iraq, porque se ha empeñado este señor, en contra de la opinión de la mayoría de la población, y ahora vienen y nos revientan Madrid. Alguna relación tiene que haber”.

Luego, lo que aprendimos, es que España habría sido objetivo del radicalismo islámico con o sin invasión de Iraq, aunque es posible que el entusiasmo propagandístico de Aznar, y su sordera ante las multitudinarias manifestaciones en toda España, aceleraran el proceso. Pero el terror golpeó luego, por igual, en Londres y en París, en Boston, en Niza, y eso por ceñirnos a Occidente únicamente, mientras aquí nos seguíamos golpeando entre nosotros, machacándonos los hígados con bilis matutinas y creando una cortina de humo sobre una gestión del atentado, por parte del Gobierno saliente de Aznar, que fue desastrosa en todos los sentidos. Nadie ha perdido perdón por aquellos días. No, Mr. Timmermans: a Europa le irá mejor, precisamente, por no seguir el ejemplo de España.

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